31 de mayo de 2007

Lucybell en Babel (no confundir con el emplasto de historias globalifílicas que nos hicieron pasar por arte, pero ya sabemos que todo eso se le debe/

a Memo y no al Alex)

Les decía, pues, que el sábado celebré el mejor cumpleaños de mi existencia y esto solamente porque vi a mis chilenitos favoritos en concierto.

No pienso escribir una crónica de esas que acostumbro cuando estoy muy exaltada (véase
esto), pero sí me gustaría asentar algunos puntos importantes -aunque no jocosos, como a mí me gustaría- de esa increibilísima noche del 26 de mayo.



  • Claudio Valenzuela me pidió matrimonio.

  • Estrenaron dos canciones nuevas porque, claro, aquí -y los cito- "se sienten como en casa" y "Lilián es a toda madre".
  • Gracias a Magali, nuestra amigocha con quien hicimos migas desde la vez del Factory, estuvimos sentados en una mesa privilegiada en el segundo piso, desde donde se podía gritar y armar borlote a un nivel bastante aceptable.




la única foto que logró sacarse del magno concierto
  • Según mi hermana y mi cuñado, los Lucybellios los reconocieron al instante y alzaron la mano a modo de saludo. Lo que yo digo es que más bien debería darles vergüenza ser tan pinches grupis y no faltar a uno solo de sus conciertos.

  • Aunque no niego que si yo tuviera dinero, haría lo mismo.

  • Y no sólo eso: los contrataría para un show privado, con un set-list armado por mí e invitados selectísimos (no más de cinco).


  • Sueños.

  • La verdad es que es un verdadero placer escuchar a una banda tan bien armada y ejectuada como Lucybell. Y es un placer aún más grande ser tan, pero tan, tan tan fan de una banda que vive en México y que da conciertos íntimos bastante seguido. Eso es suerte, supongo.
  • Y luego sucedió algo curioso: la verdad es que nunca había tomado durante un concierto. Antes y después sí, naturalmente. Pero como estábamos en la mesa y había barra libre y en el momento menos pensado empezaron a correr las cervezas y mi hermana me roló una y me dijo "empínele, mija, que es mole de olla" (nah, si ella es bien correcta) y luego me encontré coreando todas las canciones, vaso en mano... Llegó un punto dado en el que la mezcla de adrenalina, Claudio Valenzuela ultra-sexy y dos litros de cerveza me pusieron en un ánimo, ¿cómo decirlo?, bastante alcoholizado.

  • Al final de la presentación, bajé oscilatoriamente por las escaleras hacia la barra y me planté ahí con una actitud bien ruda. - ¿Qué tienes? -le pregunté al bar-man arrastrando las eses. -Ya sólo ron, amiga. -Dame uno. Y acto seguido arrojé dos monedas de un peso en su pequeña alcancía.
  • No tengo que decir que salí en modo araña de la plaza.
  • Pero la verdad, la mera verdad, lo que se me antojó decirle a Claudio Valenzuela fue:

¡Qué bueeeeeen poto!
Y lucir muy vulgar mientras lo decía.
Acá, un video que la misma Magas grabó:


Cote Foncea, con un acento bastante peculiar y cómico
Y esta foto que gggrrrrrhhhh. Me hizo rechinar los dientes.


30 de mayo de 2007

¡Ay!

Ya sé que había prometido para ayer la crónica de mi cumpleaños (en el que en realidad ni voy a ahondar), pero es que se me derramó el líquido letal de unas pilas y ya andaba con la sugestión hecha bolas: pensaba que iba a morir intoxicada y de pronto se me secó la boca y ya no podía hablar, además sentía pulsaciones en la cabeza y pensaba: "Chin, ya estuvo, ya me chingué" y cosas así... como que iba a morir joven. Y, en adelante, estaría muerta todo el tiempo. Y morir. Y una tumba, con su lápida y florecitas marchitas. Y los recuerdos y las certidumbres de todo lo que podría haber hecho esa muchacha que hablaba hasta por los codos y pelaba los ojos y usaba pilas chafas con el ácido al borde del desparrame...

Sí, ¡todo por unas pilas!

Pero luego bebí kilolitros de leche y me tomé el asunto relajadamente, con lo que el riesgo de intoxicación se redujo en un 73%.

Mañana, ahora sí, la crónica. De una vez revelo el misterio:


¡Conciertoooo de Lucybell!


De lo demás, no hay mucho para contar. Mi sacrosanta madre me hizo mi platillo favorito, que descrito suena bastante humilde, pero que en realidad es un Regalo Fabuloso del estado de Campeche: frijoles negros/carne de puerco/arroz blanco hervido/pico de gallo/habaneros toreados/cebollitas moradas. Algo más o menos como los moros con cristianos.

No estos. Otros.
Luego, ya en conocidísima plaza del EdoMex donde se suscitó el magno concierto, anduve dando vueltas por los pasillos mientras mis hermanos se empacaban sus cervezotas en conocida franquicia de cervezas de sabores, texturas y estilos variadísimos.
Y también vi a cierta persona a quien aprecio hartísimo. No conviene decir quién. Él y yo lo sabemos.
Luego el concierto, del que hablaré mañana.
¿Quieren saber cómo pasé mis últimos dos cumpleaños?
Búrlense.
Hace un año estaba trabajando en el café y tuve un pleito fenomenal con mi jefa. La vieja estúpida lloró y lloró porque su vejestoria madre estaba al borde de la muerte (¡santas catarinas rostizadas!) y me arruinó mi fabuloso cumpleaños número veinte.
Terminé comiendo un pozole verde en dudosa zona de la ciudad.

Hace dos años estaba destrozada porque había perdido beligerantemente un concurso de cuento bastante facilón y los ganadores se paseaban ante mí en el saloncito donde fue la ceremonia de premiación. Luego vi a un exnovio baboso que ni siquiera me saludó y finalmente terminé comiendo unas enchiladas verdes, yo sola, en la cafetería de una facultad que ni siquiera era la mía.
Pero la Historia me bendijo y además me estoy quedando ciega (¡maldita pila!)

28 de mayo de 2007

Mi habilidad como dibujante ha sido tajantemente subestimada

¿Por qué?

Toda mi vida soñé con ser dibujante y pintora y tener excentricidades tales como salir en la madrugada desnuda y entonar cánticos medievales y ofenderme si la prensa me cataloga como una pobrecita mujer deschavetada. Eso o hacerme monera incisiva y politiquera con un alto grado de aceptación entre el público y amenzas constantes del Yunque en mi correo electrónico.

Acá, algunos dibujitos hechos exclusivamente con Paint, que nadie peló en su momento de mayor gloria y bonanza:








Mañana: crónica del cumpleaños más supercaligrafilístico espiralidoso del universo.
Tiene que ver con unos chilenos que son, pero de veras de veras son, LA MERITITA ONDA.

**Post recicladísimo, pero de algo tengo que vivir...

25 de mayo de 2007

¡Cruda asquerosaaa!

Me invade una Cruda Asquerosa. Pero también quiero entrar a la moda blogueril (una de tantas), que consiste en relatar una pachangona donde uno haya sido el anfitrión perfecto. Y cómo no, si agasajé a mis invitados con gelatinitas de vodka y comentarios oportunos como "¡Cuidado con el florero!" y "A guacarear al baño, señores".

Fotos, nomás para rellenar espacio:

Acá una horda de metaleros ruidosos y enojados, muy enojados.

Acá no sé qué estaba viendo, pero seguramente era algo muy en onda.

Y acá me gané el premio a la mejor sonrisa fingida en su versión 2007.

De nuevo, la pose comodín.

Estuvo tan divertido todo que lo último que quería era irme a dormir y correrlos a todos.


Pero lo más genial del asunto fue despertarme al día siguiente y encontrar esta escena en el cuarto contiguo:

Y así estuvo por horas. Hasta me recorté las uñas sentada en la cama...
Dos más, que doña Emily envió:

24 de mayo de 2007

Peleas gatunas internas

Se me ocurría hace poco que en todas las facultades hay constantes riñas entre los estudiantes de diferentes carreras.

Peleas tontas y sin motivos definidos que resaltan las diferencias primordiales entre sus áreas de estudio.

Por ejemplo:

Un veterinario zootecnista a un especialista en producción porcina:

- ¡Anda y alimenta a tus puerquitos y comercializa sus carnitas, porcinólogo de mierda!
- ¡Ah! ¿sí? ¡Pues tú ve a clasificar bichitos y métetelos por donde te quepan!

O un ingeniero a un arquitecto:

- ¡Y la verdad es que no fuiste tan maricón como para ser diseñador, pero no lo suficientemente hombre como para ser ingeniero!
- Mejor vete a ebriar y luego hablamos.

O un criminólgo a un futuro abogado... Bueno, entienden el punto.

En la facultad, la cosa es más o menos así:

- Sociologuitos de porquería, ¿por qué no se van a un pueblo y levantan encuestas?
- Y ustedes, paparazzis de mierda, vayan a sacarle chismes a quien puedan.
- ¿Qué tal a ti, ociólogo sin oficio ni beneficio? Ya vete a leer a Marx.
- Y tú a La Oreja, estúpido.

Etcétera.

¿Y los de Ciencias Políticas?

Nah, a esos nadie los pela.


Toman clases en la tarde.

Miren lo que me pasó ayer...

Se fue la luz y en el exabrupto dejé caer mi celular en el vaso de leche.

Ya no sirve.
.

.

.

Esta anécdota babosa nomás es para darle gusto a mi hermana, quien al observar la infamia, exclamó convencida:

- Ay, seguramente vas a poner esto en tu blog.

Y la verdad es que no. Porque, a diferencia de muchos, no me la paso todo el tiempo pensando en qué voy a poner en el bló (las cosas fluyen y así todo es más lindo y divertido).

Pero ahora, por su comentario ácido y sarcástico, lo pondré.

Servida.

23 de mayo de 2007

Dos fenómenos extraños


En el buró junto a mi cama tengo (tenía) un disc-man del año del caldo (porque el mío de años más posteriores repentinamente dejó de funcionar) con unas bocinitas bastante simpaticonas -también del año del caldo-. Y así, tenía todo lo que una post-adolescente pudiera soñar y esperar de la vida: música a todo momento y sin complicacones tecnológicas (es que no le he entrado a la moda de los gadgets, pero quizá algún día caiga).

No me quedo en el departamento casi ningún fin de semana, pero no hay nada nuevo cuando regreso: una cucaracha o más polvo, nada que me sorprenda.

El viernes estuvieron dos personas en el cuarto, pero además de organizar una orgía y consumir drogas sintéticas, nada interesante ocurrió.

Y el caso es que todo el choro introductorio anterior era para decir que el domingo llegué y el mugroso disc-man ya no estaba. Así, de la nada. Ha desaparecido de la faz de la tierra.

Muchas conclusiones se agolpan en mi mente:

a) El ladrón que me robó es un idiota (porque bien pudo llevarse otros artículos de mayor valor, como el saco con quinientos mil dólares que guardo bajo la cama).

o

b) Una fuerza sobrenatural opera en mi cuarto con tal clandestinidad y mala fe que no me he dado cuenta jamás.

La segunda opción parece más creíble.

Aún lo extraño, hasta tenía una fotito de él:


En realidad le puse zoom máximo a una fotografía en la que aparezco con una tribu del Paraguay en posiciones comprometedoras. Por eso nomás recorté lo verdaderamente importante (mi dis-man)


2. Creo que acabo de enamorarme de Robert Downey Junior. De pronto me di cuenta que es un tipo sencillamente genial, carismático, maduro, interesante y con un trasero perfectamente moldeado. Esperen: lo ÚLTIMO en lo que yo me fijo en un hombre es su retaguardia. Para mí, los puntos importantes a considerar son las manos y luego los zapatos (cada uno tiene su extravagancias). Pero es que, ¡oh!, me fue imposible abstraerme de la contemplación de ese par de regalos de Alá enfundados en unos pantaloncitos de vestir con rayas verticales que ¡oh! ¡oh! ¡oh! me sofocaron al punto.
Y además sus autogoles, como cuando en alguna entrega de premios dijo que en el noventa y tantos, lo usual para él era un viajezote ultra-loco yeah brother.
Lo amo.


Señor Downey: cásese conmigo. Prometo que nos inyectaremos mucha heroína y haremos que nos arresten por ahí y nos corran de programas de televisión y mandemos nuestra carrera a pique. ¡Lo prometo!

22 de mayo de 2007

Mi última semana como una veinteañera rozagante

Y yo ayer quejándome por un hecho irrefutable, conocidísimo por todos, y ante el cual nadie nunca podrá hacer nada.

De veras que sí se siente algo diferente, no sé exactamente qué. Pero pronto, ¡pronto!, podré tomar alcohol en cualquier país que se me antoje.


¡Salucitaaa!

(les regalo una cara ebria, nomás por buena onda)

Tres niñitas ingenuas que no saben posar si no es con su consabida pose de drogasexoyrocanrol

Por cierto: acepto regalos por paquetería. No me incomoda ni me produce conflictos. Calculen la talla: caderonsona y de piernas larguiruchas. Aunque, por supuesto, todos sabemos que los mejores regalos del mundo siempre han sido un disco o un libro... Sorpréndanme.
Nah, sólo bromeo: de todos modos celebraré mi cumpleaños -el próximo sábado- de la manera más fantástica y maravillosa posible.
Ñaca ñaca.

21 de mayo de 2007

El amor apesta

Y eso es todo.

16 de mayo de 2007

Diarios de una muchachita neurótica

Resulta que la nueva moda en ciudades cosmopolitas como Nueva York, Los Angeles, Chicago, Boston y San Francisco es desatarse en público con los diarios adolescentes de uno.

La cosa es así: en un barecito medio atiborrado de gente, un treintón o cuarentón cualquiera lee, micrófono en mano, los diarios que escribió en la edad de la punzada, cuando era un estupidín que no sabía ligar, besar, ebriar o sostener una relación cordial con su familia.

En Milenio, Patricia Ruvalcaba escribió al respecto (con un excelente inicio: “Por favor, ayúdame a madurar, ayúdame a llenar mi brasier. El ruego fue formulado en 1980 por Becky Ciletti, estadounidense, cuando ella tenía 12 años y empezaba a flirtear. Ciletti, ahora con 39 años, leyó en público ese y otros textos que escribió en su diario de adolescencia”) y al final formuló una posible explicación sobre el fenómeno: “una especie de ansia social por incorporarse a las corrientes deshinibitorias desatadas por internet, donde los blogs y espacios como YouTube han sido atiborrados de asuntos privados”.

Leí esto y reflexioné un poco. En realidad, con este blogsete, su servilleta no se ha desinhibido mucho que digamos, principalmente porque no encuentro hartas cosas interesantes de dónde desinhibirme. Pero sí he tenido diarios y muchos. En realidad han sido textos casuales, escritos por aquí y por ahí sin mayores propósitos. De épocas particulares, no necesariamente importantes, he escrito relatos verdaderamente largos y pormenorizados, que luego al leer me producen sentimientos contradictorios: a veces me río y a veces me pregunto por qué carajos era tan infeliz por los motivos más insignificantes.

Aquí, algunos párrafos elegidos al azar, que no echan de cabeza a nadie (cambié los nombres, aunque ni era necesario):

- Su novia, si tiene... ¿tiene novia?
Pregunté con un tono de voz rayano en lo imbécil.
Durante el fin de semana entero (después de haber resuelto no pensar más en el Hecho Impactante) estuve reflexionando sobre la forma más sutil y disimulada de indagar sobre el estado civil/romántico de Archibaldo. Me dije que, en caso de obtener una respuesta afirmativa a la pregunta planteada en el párrafo anterior, daría un paso atrás y me alejaría con la prudencia del que no se quiere quemar y por lo tanto se niega a jugar con fuego. Esa semilla que no debía crecer, pensé. Y si no debe crecer, el asunto no puede incomodar más allá de la comprobación práctica y científica de una teoría que elaboré años atrás, según la cual sólo hacía falta que un sujeto dado X me agradara en una proporción mayor a la simplona amistad (Y) para que el individuo, en cuestión de días, encontrara pareja definitiva (Z).
X + Y = Z en nueve casos de diez.
(Rodomiro me dijo un día: “piensa que te gusto, piensa que te gusto”)
- Sí.
Diez de diez.
La respuesta es procesada eficazmente y sin reacciones negativas, como se hubiera previsto. Es tanta la emoción y la risa contenida por los recitales de momentos cumbre en The Holy Grail que sólo atino a esbozar una sonrisita tonta.
Luego se asimila el monosílabo.
Sí…


También he escrito de esas cartas gigantescas que tienen cierto olor a reproche y melancolía, jamás enviadas por supuesto, y que por lo general terminan con un “probablemente nunca leerás esto”:
Pero en ellas encontré esta frase, que me pareció híper-romántica:

Esos besos que me diste, noches después, podrían bastarme para recordarte una vida entera.

O también están las quejas apáticas, que nunca fallan:

Tengo entendido lo que debo hacer, pero es muy claro que no me place. Tarea y reportes y ensayos y leer artículos y lecturas y otras cosas que no me place, que no me da la gana. Y luego resulta que no tengo ganas ni de esto ni de nada. Que sencillamente no tengo ganas de nada. Ni de dormir porque tengo continuas pesadillas de víboras que se meten a la casa y que hacen un ruidito fastidioso conforme avanzan y que al morir dejan esparcidos su piel y veneno.

Y luego, días después:

Y el punto es que he hecho mis cosas, mal o bien, he salido del brete escribiendo mis tres o cuatro cartillas del ensayo tal y leyendo los textos a la mitad. Ahora pienso que ciertos maestros deben odiarme. Me la paso hablando o dibujando o bostezando en sus clases. Qué molestia. Por eso ni me atrevo a quejarme de un siete en un ensayo que naturalmente no merece. El ensayo. Pero igual yo sí lo merezco.

Y más quejas aún:

Me recuerda a otra época, no hace mucho, cuando aún estaba en la preparatoria y sintiéndome entre marginada y entre que no, entre que no tenía ganas de ver a nadie y entre que deseaba que alguien acudiera a mí, me la pasaba todas las clases leyendo el diario de Mew, que bajé de internet. Me lo sabía de memoria pero ah, cómo me levantaba el ánimo leer las aventuras de estos daneses que pecaban de dulces y correctos.

O episodios estúpidos:

Llegué al café con media hora de retraso, me senté en una mesa y esperé a la jefa. Crueladevil apareció y se sentó junto a mí mientras sostenía a una bebé de meses.
- Qué linda su nieta –dije.
Sonrió como sólo ella sabe hacerlo y luego aclaró:
- Es mi hija –me miró sin ganas–. No estoy tan vieja.
Una frase he cruzado con ella y ya lo he arruinado. A pesar de eso –y en gran, grandísima parte por la urgencia que la apremiaba– me dio el empleo. Empecé esa misma tarde y a las pocas horas ya había derramado la espuma de algunos capuchinos, me había quemado los dedos con la máquina y me enfrentaba a la desdicha de servir sin saberme servida y sufrir por la petulancia del que te ve por encima del hombro y con un chasquido de dedos ordena y dispone. Ganar dinero honradamente y yo que había pensado inaugurar el Proyecto Caos y hacer volar todos los complejos bancarios de la ciudad.


Todo esto nadie lo ha leído y es una lástima: decenas, casi cientos de cuartillas de digresión barata con muchas aventuras igualmente baratas. De ellas extraigo algunas conclusiones, como que la apatía me ha invadido en ciertos periodos de mi vida y que también, cuando lo he decidido, me da por convertirme en la conquistadora más picuda de la ciudad (eso fue una frase sarcástica, por si no lo habían notado).


En diez años o veinte los leeré completos, de eso estoy segura.

15 de mayo de 2007

Mis dolencias

Últimamente he pensado que en lugar de ir a Neuróticos Anónimos, como siempre creí oportuno, debería buscar en cuanto antes una buena reunión con los de Hipocondríacos Anónimos.

Sólo en el último mes he tenido dos enfermedades de gravedad que me han tenido postrada en la cama, sufriendo lánguidamente, mientras miro programas malos y lanzo interminables ayes de dolor.

Hace un mes tuve faringitis. Todo comenzó con el malestar usual: dolor de garganta, nariz congestionada y fiebre. Luego la fiebre se prolongó más de lo debido (y no me refiero a la fiebre usual que cualquier post-adolescente/veinteañero ardoroso experimenta cada tanto y que desde luego alivié con los métodos usuales) y esto porque presenté conductas poco apropiadas, como estar en un sitio con aire acondicionado y salir al solazo, pero principalmente -lo peor- estar en un sitio con aire acondicionado, salir al solazo y beberme una Che-Chela (naranja y sangrita) con hartos hielos. Después de dos semanas en que temí contraer la horrible fiebre tifoidea, me presenté con un buen simidoctor que me recetó unas simimedicinas que me trajeron de vuelta a la vida hace unas dos semanas.

Desde entonces caliento mis chelas y evito los aires acondicionados.

Pero el domingo estuve al borde de la muerte, oh sí.

Todo comenzó el sábado, cuando tuve la fenomenal (y arbitraria) idea de largarme a andar en bicicleta. Estaba yo en el pueblito donde crecí y del que hablaré después, Polotitlán de la Ilustración, y como no encontré una bicicleta de mi tamaño, tomé prestada la de mi sobrino L. Mariano y me fui con donaire a adornar con mi presencia las calles del pueblo (rogando en el fondo no azotar en frente de la gente y hacer tamaño oso, como ocurrió tantas veces en el pasado). Pero la cuestión es que la bicicleta era muy pequeña para mí y… eh, ¿cómo decirlo? Mis piernas larguiruchas no encontraban buen acomodo en los pedales. Pero en realidad el problema no fue ese sino que el asiento era un poco pequeño para mi… mi… eh… mi… trasero… y entonces hubo un problema de proximidades y cálculos que culminó en una… eh… una… rozadura familiar, que en la noche me hizo lanzar unas cuantas maldiciones. Menos mal que estaba en una casa donde me invitaron pastel de nuez y todo se resolvió amigablemente.

Naturalmente llegué a la conclusión de que ahora soy estéril, lo cual -visto con cierta perspectiva relajada- no es del todo malo, porque así dejaré de hacer más próspera a la industria de los anticonceptivos y nadie me lanzará imprecaciones por la irresponsabilidad de mis actos. En cuanto a la rozadura… estuvo muy mala. Me tuve que poner Capent.

Pero…

En la mañana fui atacada por náuseas fulminantes. Y entonces tuve vómito y una enfermedad vergonzosa cuyo nombre no repetiré. Pero lo peor fue que no pude levantarme, porque descubrí con horror que mis extremidades estaban todas jodidas por la idea fenomenal de andar tirando rostro en las calles, y entonces tuve que arrastrarme de modo muy patético hacia el baño para deshacerme del horroroso pastel de nuez que tantos males había causado.



Lo bueno es que sobreviví a base de Boing de mango y muchos kilos de aire.

No contento con eso, el Destino desgraciado me mandó por la tarde uno de esos Cólicos Marca Diablo, producto de mi hasta entonces mal habida fertilidad. A las seis de la tarde hubiera preferido que me lanzaran a un hoyo repleto de carbones ardientes y que luego me tiraran acido sulfúrico en spray y que luego me abrieran las uñas de los pies y me enterraran clavos de olor y luego clavos de verdad y que me dieran de comer a los caníbales de las islas melanesias.

Y aún hay más. Sucede que me invade el estrés, porque vieran qué difícil es ser una joven con un futuro prometedor, una familia que la ama, chorrocientos pretendientes, cuentas bancarias aún por abrir, secretos milenarios proporcionados por sus antepasados mayas y ocupaciones triviales como estudiar y beber chelas de vez en vez. Entonces, es OBVIO que esté que no pueda con el estrés, la preocupación, el mal de ojo y el insomnio. Por eso, llevo más de tres meses apretando los dientes sin razón aparente. Así, de la nada. De repente me doy cuenta de que los estoy apretando y hago un esfuerzo magnánimo por aflojarlos, pero a los dos minutos ya estoy con mi apretadera estúpida. Y así, claro, al final del día siento como si me hubieran dado un puñetazo invisible en plena quijada.

Ay ¡cómo sufro!

Y además sospecho de cáncer de seno, SIDA, viruela negra, osteoporosis, parásitos intestinales, Alz-Heimer, un tumor cerebral, mal del pinto, moquillo, clamidia, cáncer de próstata, síndrome de Estocolmo, parálisis facial, tuberculosis, mal de Parkinson, fractura en los omóplatos, amigdalitis, infección de las vías urinarias, influenza, depresión post-parto, embolia y neurosis mal atendida…

11 de mayo de 2007

Científicamente comprobado: la Mejor Telenovela del Mundo (en mayúsculas, porque es un título)

Abandoné por completo las telenovelas cuando Perla y Luis Roberto se separaron. No tenía ni doce años, pero fui seducida por la historia banal de la dueña de una perla negra y su destino tormentoso dentro de la industria cosmética. Era crucial y quiero decir de veras crucial estar instalada frente a la televisión (no necesariamente la mía) a las siete en punto de la noche. No me perdía Perla un solo día. Pero después, de pronto, la telenovela estúpida me cansó y aquello fue como una crisis de fe: en lugar de quedarme en mi casa y sintonizar el canal trece, todas las tardes me largaba a hacer cosas adolescentes, principalmente inyectarme heroína y vender mi cuerpo en los barrios bajos.

(las conductas deshonrosas van más conmigo)


Imposible explicar la sensación de bienestar cuando escuchaba la motito todo terreno de Roberto avalanzándose masculinamente sobre un montón de tierra. Y todo era tan acuático, tan bonito, tan saludable... En 1998, de por sí un año excelso, Perla era ¡la onda!



Antes, mucho antes, fui conquistada por la historia apasionada de Juan del Diablo. También era apenas una escuincla y no obstante juraba que iba a terminar casándome con Eduardo Palomo (aunque sería una verdadera desgracia ser viuda a tus casi veintiuno). Todas las noches veía Corazón Salvaje y la fascinación derivaba, como tantas veces lo he sostenido, de que siempre he sido una muchachita romántica. ¡Ahhh…!


(pero luego las drogas sintéticas y la prostitución y el tiempo de refugiada en Nicaragua y el tráfico de órganos y las estafas multitudinarias… )

(ahora soy una muchachita romántica y caradura)





Esa canción de Mijares era un himno espectacular:
Voy a exigirle a la vida
Que me pague contigo
Que me enseñe el sentido del dolor
Porque ya fue suficiente el castigo
De no haberte conocido
Y dejar de ser por siempre un mendigo del amooor


Lo que quiero decir, pues, es que su servilleta pensaba que ya había terminado para siempre con las telenovelas.

Pero en eso…


Chaca-Chacán...

He descubierto la Mejor Telenovela del Mundo®. Se trata de una teleserie chilena que es proyectada en nada menos que el Canal para la Mujer®¡Fox Life! (solicítelo a su proveedor de televisión por cable, aún si es hombre y ya verá luego por qué) y tiene el increibilísimo título de Los Treinta.


La entrada es fenomenal, ora verán, porque con brevísimas imágenes logran ilustrar las historias desgarrantes y dolorosas de los treintones... Nah, ni tanto.

Acá los personajes son bien reales y casi todos treintones (sí, lo sé, el título también me pareció algo paradójico: yo pensé que se trataba de treinta guerreros bien poderosos que luchaban contra peruanos que querían adueñarse de su terruño). Además, los protagonistas tienen nombres espectaculares como Adriano, Simona, Martina et al. Y lo mejor: no se andan con rodeos a la hora de insultar y soltar leperadas.

En Los Treinta he escuchado algunas de las mejores frases jamás transmitidas en televisión, tales como:

¡Tienes la mansa cagada!

¡Ese viejo güevón ha estado toda la tarde mirándome el poto!

¡Paremos esta discusión pendeja!

¡¿Pero qué cresta te está pasando?!

¡Me importa una raja lo que tú opines!



Con lo cual podemos obtener horas de diversión a expensas de los modismos chilenos y además concluimos que los personajes de Los Treinta no se la pasan tan bien como uno pudiera pensar (pues claro: son una bola de treintones neuróticos).

Además, en Los Treinta hay música ambiental de veras bonita. En cada capítulo se disfrutan The Cure, The Motels, Naked Eyes, Culture Club, Corey Hart y otros que lo hacen sentir a uno como si estuviera viendo una película de gays perdidos en Nueva York en plena década de los ochenta pero con utilería setentera y psicodélica.

Pero lo genial, y lo que en realidad ha hecho que también mi señor padre sea declarado fan de la telenovela, es el hecho de que los treintones son gente bien liberada y cachondona que no se tapa sus vergüenzas a la hora de entrarle al empierne. Algunas escenas de Los Treinta bien pudieran pasar por soft-porn cuasi-cómico de origen sudamericano y, más específicamente, santiaguino… ¿A poco no se les antoja verse algunos capítulos a la de ya?

Abra este link bajo el consentimiento de sus papitos lindos y del buenazo de Joseph Ratzinger y de la Comisión Electoral y del Yunque y de la Logia Masónica y encomiéndese a Dios Todopoderosísisisimo que su servilleta no se hace responsable...

Y descubrirán que ahí todo se hace al tiro, como cuando se va al Cine Hoyts y se pagan entradas por 1900 pesos chilenos mientras se espera al esposo que trabaja a un lado del Palacio de la Moneda y se comen porotos y a la rubia le dicen rucia y se lee El Mercurio y se canta “¡Arauco tiene una penaaa…!”.

Me estoy exaltando.

Cuando esté en Santiago, lo primero que pienso hacer es ir a buscar treintones neuróticos que parezcan pijes. Será la ostia.

9 de mayo de 2007

Un meme: ¡Sacrilegio!

No soy asidua de contestar cuestionarios con pretensiones psicologistas, pero el buen Raúl g.n. tuvo a bien mandarme este meme (ignoro de dónde proviene la palabra; yo al único Meme que conozco es al de Café Tacvba y ese no me agrada tanto que digamos) y no me queda de otra que contestarlo, porque su servilleta es una persona muy cortés y diplomática.

Leí las preguntas y me parecieron altamente extrañas, pero como no me puedo ir por la tangente, trataré de hacerlo lo mejor posible:


1. Los principales rasgos de mi carácter:
Desidia, obstinación, hiper-sensibilidad (¡ja!)

2. La cualidad que deseo en un hombre:
Francamente: que sea buen amante.

3. La cualidad que deseo en una mujer:
Que sea graciosa.

4. Lo que más aprecio de mis amigos:
Que son personas chipocludas, amables, a todo dar, buena onda. En una palabra: que son seres humanos chingones.

5. Mi principal defecto:
Tozudez.

6. Mi ocupación favorita:
Errr... ¿Bloguera?

7. Mi sueño de felicidad:
Una bodega repleta de Sabritas y Gansitos.

8. Lo que para mí sería la mayor desgracia:
Una bodega vacía. Y la muerte.

9. Quién me gustaría ser:
Carlos Slim, sin dudarlo un segundo.

10. Dónde me gustaría vivir:
Santiago de Chile.

11. Mi color preferido:
Negro.

12. La flor que más me gusta:
Eh... Diré, al igual que don Ru, que la buganvilia. Me trae recuerdos de infancia invaluables. Y no sólo hay moradas, sino color rosa, durazno, azulosas...

13. Mi ave favorita:
Los canarios. También por los recuerdos (como la vez que mi mamá asesinó a nuestro pobre canarito al ahogarlo con su medicina... Cómo lloré aquella vez... Cómo lo desenterré una y mil veces... Cómo empujaba los gusanos gritando y sollozando por lo insoslayable de su muerte... ¡Ah! ¡Recuerdos agrios!... Mejor cambiaré canarios por patos).

14. Mis autores preferidos:
Muchísimos y no pretendo pasar por intelectualoide de pacotilla, así que me los reservo. Pero entre ellos destaca el autor de Condorito y la de Memín Pinguín.

15. Mis poetas favoritos:
Supongo que Gabriela Mistral y Gorostiza.

16. Mis héroes de ficción:
¡Spider Man! Y... no. En el fondo siempre serán Anakin y Luke Skywalker, además de Chewbacca y Han Solo.

17. Mis heroínas de ficción:
Leia Organa.

18. Mis compositores preferidos:
Diré que... Jeff Buckley, por el momento.

19. Mis artistas favoritos:
¡Ay! Van desde Uff hasta Magneto, sin olvidar a Mercurio y Tierra Cero.

20. Mis héroes en la vida real:
Un señor que se tragó fuego real (¡real!) y luego anduvo muy campante, como si cualquier cosa, caminando por la avenida.

21. Mis heroínas históricas:
La Carambada. Esa vieja...

22. Los nombres que más me gustan:
Lautaro, Elián, Amelia...

23. Lo que más odio:
Odio más de lo que amo y no es para que me desate escribiendo una lista gigantesca.

24. Los personajes históricos que menos me gustan:
Plutarco Elías Calles. ¡Y qué nombre!

25. La campaña militar que más me gusta:
Aquella que el buen Álvaro Obregón desplegó, como estratega cabrón que fue.

26. La reforma que más aprecio:
La avenida. Es linda.

27. El don de la naturaleza que me gustaría tener:
Llover a discreción.

28. Cómo me gustaría morir:
Heroicamente. O en mi cama. Una de dos.

29. El estado actual de mi alma:
Vaporosa.

30. Las faltas que puedo soportar:
Cualquiera mientras no sean de ortografía.

31. Mi lema:
¡Juntos, unidos... El pueblo jamás será vencido!
Eh... Tuve que robarme uno popular. Yo carezco de uno. Soy chafa.

8 de mayo de 2007

Lecciones rapiditas de gramática y ortografía (para quedar bien con todo el mundo)

Un maestro un día me dijo que usar "mismos" o "mismas" después de haber citado un sustantivo que no queremos repetir... era una acción sumamente vulgar.

Ejemplos:

  • Me tomé diez caguamas, mismas que me rebajé con otras diez.

Eso es vulgar.

Por eso yo siempre intercambio el objeto indirecto con un bonito artículo (o actualizador del sustantivo núcleo del sintagma nominal, para los que saben de estos menesteres) que le da un toque de distinción a la frase.

Observen:

  • Me tomé diez caguamas, las que me rebajé con otras diez.

Sí, quizás en esa frase no suena tan bien. Pero prueben con otras:
  • Nunca jamás en mi vida soñé con dejar abandonados mis tenis azules, los que tanto tiempo deseé cuando era un niño pobre en la selva del Amazonas.*
  • Detesto actualizar mis materias todos los semestres, lo que sin duda me hace perder una considerable cantidad de tiempo.

Y así ad infinitum.

Y ya que estamos con locuciones latinas de altura, os diré que viene un texto harto íntimo ad portas, pero hasta entonces lo mantendré in pectore.

Ahora, me largo ipso facto.

*En mis clases de español en la primaria, cuando se trataba de construir frases, me esmeraba verdaderamente por escribir los enunciados más largos, absurdos y estúpidos del planeta. Desde entonces escribo paja...
En fin...


Actualización: Claro, pero no hay que exagerar.

Diez puntos a quien logre descifrar lo que dice este párrafo/frase gigantesca:
Y no lo es, nuevamente y como siempre, por esa tormentosa relación con Manuel Espino, que en la interna del candidato presidencial del PAN la jugó toda por Santiago Creel, con la entonces pareja presidencial, y en la del gobierno de Yucatán, con Ana Rosa Payán, su candidata, la misma que en el Consejo Político de ese partido hizo la presentación de Espino para presidente del panismo, contra Carlos Medina, cuya presentación corrió a cargo de Calderón, perdiendo ambas, con Creel la presidencial y con Ana Rosa, el buque insignia del panismo yucateco, la local, cuando a la panista de toda su vida, no le alcanzó el apoyo de Espino para superar a otro candidato cercano al grupo yucateco que respaldó a Calderón


¿Uh?

Juan

Contigo empieza mi vida en Polotitlán de la Ilustración. Llegué cuando tenía seis años. Tú eras mi único amigo, también de mi edad. Eras mi primo -primo segundo, pero primo al fin y al cabo- y sin embargo yo estaba tontamente enamorada de ti. Nos pasábamos la tarde entera jugando, sin más certezas ni inquietudes que las que proveían la ignorancia y la felicidad del momento.

Juan… ¿Recuerdas aquellas peleas encarnizadas cuando, al caer la noche, te instalabas junto al Nintendo de mis hermanos y yo te arrastraba casi de los cabellos a la casita de las Barbies? Finalmente cedías, como buen estratega: “Jugaré al Ken un rato y luego Street Fighter”. No recuerdo quién ganaba más veces, pero sí que siempre elegías justamente a Ken -el rubio karateca- y que yo me rolaba a todos los personajes, sin discriminación alguna.

Supongo que te manipulaba. Aquellas tardes en la milpa, atrás de mi casa, te obligaba a pasar por los caminos sinuosos, saltar las zanjas y sondear el terreno sólo para discernir qué tan seguro era. Tú siempre aceptabas, a riesgo de terminar empapado o lesionado.

Eras frágil, como una figurita de vidrio. Todos los días tenías un nuevo rasguño, un moretón reluciente, un golpe apenas perceptible.

¿Recuerdas a la maestra Celina? No dejaba de molestarnos por nuestras voces chillonas e infantiles. Yo aún conservo la mía. Supongo que tú también. Al salir de la escuela, caminábamos sin prisa por la calle y en el camino decidíamos: tu casa o la mía. Me acuerdo de un día en particular (recuerdo vano y sin duda intrascendental) en el que, al preguntar la comida del día en mi casa y saber que habría albóndigas, decidimos probar suerte en la tuya. Tu mamá nos recibió con hígado encebollado y permanecimos casi toda la tarde sentados en la mesa, fingiendo que comíamos los pedazos que en secreto lanzábamos al Yogui (el tiempo a su lado me hizo perder cualquier rastro de terror a los perros).

Éramos miedosos, pero temíamos a cosas diferentes. Tú no soportabas la oscuridad: yo cruzaba las milpas temblando y rogando por que jamás encontráramos una innombrable (¿sabías ya de mi ofidiofobia? No puedo ni articular la palabra… tan mal estoy).

Tenías piel de gallina y un eterno tono mormado, producto de una sinusitis incipiente que te hacía decir: “babá, no bás bole” y provocaba que mi mamá te mandara a sonarte la nariz al baño cada cuarto de hora, gritando desde la cocina: “no te oigo, Juanito, suénate más fuerte”.

O cuando peleábamos en el “ring”, que no era otra cosa que el colchón de la cama. Mi entrenador era Yayel, el tuyo podía ser Omar o quien se prestara. Abundaban las luchas con almohadazos, fuente inagotable de regaños. Nos lo tomábamos muy en serio, pero casi nunca nos lastimamos. Y cuando aquello sucedía, te ibas con el ceño fruncido a tu casa y al día siguiente te aparecías en el salón como si nada hubiera ocurrido.

A veces medio cuidábamos a tu hermana Pamela, entonces una bebé. Copiabas mis cartas a los Santos Reyes Magos de la Ilusión íntegras, alegando que ella y yo teníamos gustos similares. Me ofendía sobremanera abrir “su” cartita (escrita por ti, con toda la flagrancia del plagiador) y encontrar el “Caballo galopante de Barbie” y la “Máquina de calcomanías mágicas”. ¿Y qué podía hacer una niña de dos años con semejantes juguetes? Tú no lo sabías y te conformabas con carritos y otros artefactos “masculinos”.

Jugar contigo era lo mejor del mundo. No había barreras mentales o de género. Algún tiempo compartimos la insana fijación de llenar nuestras bicicletas con baratijas. Juntábamos todos los pesos y centavos abandonados en las esquinas y comprábamos figurines, “rayos”, calcomanías y diablitos. Parecía una competencia para determinar quién lograba un medio de transporte más adornado y veloz. Pero tú preferías tu avalancha. Y creo que nunca aprendiste a andar en patines (no conmigo, por lo menos).

Y las posadas. Y las piñatas. Y tú, siempre tan frágil. Yo siempre fui más alta que tú, lo que era un detalle cómico para mis hermanos, tus papás y los míos.

Cumplías años el 3 de marzo. Yo, el 26 de mayo. Me parecía que esa diferencia de meses te convertía en el más maduro de la relación. Eras todo un niño cuando yo apenas te alcanzaba.

¿Recuerdas las empapadas bajo la lluvia, los duraznos verdes de mi casa, los desfiles del 20 de noviembre? O cuando alguien, en el salón, me quitó la banca a punto de sentarme y a causa del sentón descomunal perdí tres dientes. El Ratón no me trajo nada y tú te burlabas al respecto. Te recuerdo chimuelo la mayor parte del tiempo.

Le temíamos a la tía Lupe, quizá tú más que yo a causa de la poca convivencia. Era La Mítica Tía Lupe y sobre ella circulaban leyendas inverosímiles, muchas de las cuales nos tragamos con singular estupidez.
Éramos tan inocentes.

Me diste mi primer beso, en la casa de tu abuelita. Yo estaba bajando un escalón y tú me sorprendiste ya en el piso, con una torpeza inusual pero arriesgada. “Así nos vamos a besar cuando seamos grandes”, dijiste. Aún lo recuerdo. Quizá tú ya lo sepultaste en el rincón más recóndito de tu memoria.

Recuerdo sobre todo que yo creía que, al final de los días, tú y yo íbamos a terminar juntos. Realmente creí que íbamos a envejecer uno al lado del otro y que llegaría el día en que nos casaríamos y tu familia y la mía no cabrían de felicidad.

Pero un día te fuiste. Bastó un cambio ordinario para que nuestra amistad extraordinaria se acabara. Tendríamos ocho o nueve años y tus papás te cambiaron a una primaria en San Juan del Río. Dejé de verte diario y eventualmente dejé de verte del todo.

Adolescentes, nos reencontramos en un día de campo. Me acuerdo que caminamos por el sendero de un río seco y que tratamos de intercambiar impresiones de nuestras vidas de entonces. Me daba miedo decirte si alguien me gustaba. La plática fue una sarta de quejas adolescentes que aún hoy encuentro graciosa.


Poco después, a mis quince años, me fui de Polotitlán.
Pero siempre regreso.



He tenido mis fracasos y he tenido mis glorias. Probablemente no sepas nada de eso. Probablemente no sabes cómo es mi vida ahora. No sabes que llevo más de diez años extrañándote, que he tenido relaciones buenas y malas, que ansío ser periodista y escritora, que mis temas de conversación favoritos son política y estupideces. ¿Y cómo podrías saberlo? Aunque aún estoy en la luna la mayor parte del tiempo... Eso debes recordarlo.

Es increíble, después de todo lo que compartimos juntos, que ahora apenas si nos saludemos cuando nos cruzamos por la calle.

Ahora eres mucho más alto que yo. Ya no eres el niñito enclenque de antaño, sino un hombre robusto y callado. Ya tengo todos mis dientes, las rodillas sanas y hago amigos fácilmente. Sé de ti gracias a lo que tu mamá le dice a la mía. Fuera de eso, parecemos condenados a revivir esos días una y otra vez, sin hablarnos de nuevo, sin mirarnos a los ojos y sentir que no necesitábamos nada y nadie más.

Mucho de esto nadie nunca lo supo. Si lo escribo es sólo para recordarte, para articular en palabras lo que había permanecido en mi corazón sin tener un nombre.


Eres mi primo y te quiero. Fuiste mi primer, mi mejor amigo. Es posible que jamás leas esto, pero yo debo recordar. Es más: quizá algún día nos reencontremos tú y yo. Sé que algún día, ahora convertidos a fuerza de golpes en un par de adultos bastante disfuncionales, posaremos de nuevo para una fotografía como antes. Altos, fornidos, sin rasguños y con una sonrisa completa.

Mientras tanto, en mi memoria, aún somos un par de niños miedosos y susceptibles. Y corremos a campo traviesa, juntos por siempre.


Mi querido Juanito.



4 de mayo de 2007

Citas citables

Página 382 de una edición de poco pelo de la editorial “Oveja Negra”. Tapas blandas, verde bandera, relucientes hace exactos cuarenta y cuatro años:

Toda esa tarde él asistió otra vez, una vez más, una de tantas veces más, testigo irónico y conmovido de su propio cuerpo, a las sorpresas, los encantos y las decepciones de la ceremonia. Habituado sin saberlo a los ritmos de la Maga, de pronto un nuevo mar, un diferente oleaje lo arrancaba a los automatismos, lo confrontaba, parecía denunciar oscuramente su soledad enredada de simulacros. Encanto y desencanto de pasar de una boca a otra, de buscar con los ojos cerrados un cuello donde la mano ha dormido recogida, y sentir que la curva es diferente, una base más espesa, un tendón que se crispa brevemente con el esfuerzo de incorporarse para besar o morder.

Cada momento de su cuerpo frente a un desencuentro delicioso, tener que alargarse un poco más, o bajar la cabeza para encontrar la boca que antes estaba ahí tan cerca, acariciar una cadera más ceñida, incitar una réplica y no encontrarla, insistir, distraído, hasta darse cuenta de que todo hay que inventarlo otra vez, que el código no ha sido estatuido, que las claves y las cifras van a nacer de nuevo, serán diferentes, responderán a otra cosa.

Cierto.

[Presiento un momento tenso en la sala. Acá estamos para chacotear y no para filosofar baratamente -no tanto- mientras nos cebamos un mate y fumamos puros y leemos a Spinoza y discutimos sobre la belleza del incesto y sentimos que ¡ay qué desgracia tan grande la de vivir…! Para destensar el ambiente: una cita de Ally McBeal que no precisa de traducción harmon-hallesca]:



You've only seen the tip of the neurotic iceberg…

3 de mayo de 2007

¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!

Ando en época de vacas flacas y la inspiración (la muy canija) se me escapó en las últimas semanas. No que la mayor parte de los contenidos de este bló hayan sido engendrados por auténtica inspiración, pero al menos encontraba temas de los cuales hablar con una cierta soltura y luego hacer como que eran asuntos de la más vital importancia.

Pero ¡ajá! Tengo un as bajo la manga. En realidad recurro a una técnica bastante usada en esto de la blogósfera, que básicamente consiste en narrar alguna experiencia personal y matizarla con detalles chuscos, simpaticones, buena onda. O algo así.

Entonces dije: “¡Uy! Yo tengo muchas experiencias acumuladas en mis ya casi veintiún (¡ay!) años de vida”.

Por ejemplo: el dolor más grande que he sentido. Tan grande que titulé esta experiencia como “¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!”, lo que le da al lector una idea de lo doloroso que fue este dolor que sí era de a de veras y no cuentos.

Por lo tanto, demos paso a…

¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!

Era el año 2004. Su servilleta tenía dos meses con unos bonitos fierros* pegados a los dientes. Un día llegué al consultorio de mi dentista y fui recibida con una noticia aterradora.

- Hemos descubierto la causa de la chuequez de tu dentadura. Además del hecho innegable de que hablas hasta por los codos, resulta que empujas la lengua al hacerlo y eso ha hecho que el puente… (laguna, laguna) … y por lo tanto te vamos a poner un bonitísimo aparato en la boca cuyo nombre es...


¡LA TRAMPA INHIBIDORA DE LENGUAAA!



La famosa ¡trampa inhibidora de lenguaaa! consistía en un trapezoide de metal que, colocado en la parte media de la boca, supuestamente mantendría quieta mi lengua al hablar. Mi graciosa dentista, siempre tan hábil con los instrumentos de odontología, cometió un error de cálculo y puso la cosota unos milímetros más abajo de lo que debía, con lo que convirtió la famosa ¡trampa inhibidora de lenguaaa! en:

¡APARATO DE TORTURA MEDIEVAL DE MIERDAAA!

Y así, lo que en un principio sería una molestia promedio en cualquier tratamiento de ortodoncia, terminó por convertirse en un instrumento de tortura digno de la Santa Inquisición (actualmente presidida por Joseph Ratzinger… ¡hola Ratzinger!).

Como el trapezoide estaba demasiado pegado a la lengua, no le quedó de otra -al pobrecito- que incrustarse en mi músculo lingual. Tanto se incrustó, tanto, tanto, que la lengua se me perforó de una manera que quedó chula de preciosa y con ello mis funciones básicas se vieron mermadas al cien por ciento.

Ejemplos Interactivos:
  • Intenten hablar sin despegar la lengua del paladar. Es imposible. Ergo: su servilleta hablaba como gangosa. O peor. El chistín de los chiles Herdez no era chistín en absoluto sino anécdota verdadera de la vida real y verídica de a de veras.
  • Intenten tragar -lo que sea, saliva incluso- sin despegar la lengua del paladar. Es imposible. Ergo: sólo podía ingerir líquidos con un popotito y hacer gárgaras con la cabeza invertida, lo que sin duda me daba un aspecto de maniática que ya quisiera Juana Barraza (justamente toda la comida se me antojaba y arrastré un hambre desgraciada por hartos días consecutivos).
  • Intenten recordar la última vez que se mordieron la lengua mientras comían un manjar cualquiera. Ahora multipliquen ese dolor por 548 y elévenlo a 1440 minutos por día, 168 horas por semana, con descansos de 0.002 segundos al día.
  • Intenten sobrevivir con una aguja gigante clavada en la lengua. Es imposible. Ergo: sufría por kilos y a todas horas.

Al cabo de dos días ya había perdido la esperanza en la humanidad y consideraba seriamente aquello de suicidarme en aras de mitigar ese dolor insoportable que me aquejaba, ay de mí. Agreguémosle a la cuestión que yo era una pobrecita adolescente que apenas hacía sus trámites para entrar a la universidad y que en el camión no podía ni decir gracias al chofi: precisé de un intérprete para dar mis datos más básicos y pasé por una majadera en cuanto lugar me presenté. No dormía, no comía y lloraba en silencio: ¡oh abnegada del destino!

Creo sinceramente que la lengua es el músculo más menospreciado del cuerpo humano. En esos días aciagos comprendí que jamás en mi vida sentiría un dolor tan agudo y tan persistente, pues además de lo intenso de las agujotas trapezoidales clavadas en la lengua, lo más terrible era el hecho de que el suplicio no se aliviara ni con la benzocaína que me unté en cantidades industriales: 24 horas de querer arrancarte la lengua o meterte mano con unas pinzas de albañil (sugerencia que no pocos se ofrecieron a efectuar).

En la fase terminal mi lengua lucía así:
Los puntos amarillos y verdes ilustran las áreas podridas. Las venas azules son... venas azules abiertas. Y la sangre roja es la sangre roja real.

Cuando, a las dos semanas, profesores y allegados me advirtieron que aquello podía convertirse en cáncer de garganta (¡uórale!) decidí que no era normal que mi lengua estuviera medio podrida e inerte, así que me arrastré como pude al consultorio de la dentista (eran las diez de la noche y la muy ingrata salió en chanclas y bata) y le supliqué casi de rodillas que ¡por piedad divina! me quitara el aparato de tortura.

Y me lo quitó. Y la lengua sanó en una semana. Aunque aún, después de unos días, tenía la cicatriz medio abierta.

Supongo que lo único bueno del asunto es que podía sacar la lengua y asustar a los nerdcitos impresionables del salón, que gritaban despavoridos al ver mi lengua agujereada.
Esta imagen perturbadora fue cien por ciento real
(por cierto: qué buen perfil griego me dibujé)

Por si se lo preguntaban: lo superé con terapias de alto impacto.


*digo fierros y no bráquets gracias a uno que-como-que-me-gusta y que muy amablemente se refiero a ellos así.