3 de mayo de 2007

¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!

Ando en época de vacas flacas y la inspiración (la muy canija) se me escapó en las últimas semanas. No que la mayor parte de los contenidos de este bló hayan sido engendrados por auténtica inspiración, pero al menos encontraba temas de los cuales hablar con una cierta soltura y luego hacer como que eran asuntos de la más vital importancia.

Pero ¡ajá! Tengo un as bajo la manga. En realidad recurro a una técnica bastante usada en esto de la blogósfera, que básicamente consiste en narrar alguna experiencia personal y matizarla con detalles chuscos, simpaticones, buena onda. O algo así.

Entonces dije: “¡Uy! Yo tengo muchas experiencias acumuladas en mis ya casi veintiún (¡ay!) años de vida”.

Por ejemplo: el dolor más grande que he sentido. Tan grande que titulé esta experiencia como “¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!”, lo que le da al lector una idea de lo doloroso que fue este dolor que sí era de a de veras y no cuentos.

Por lo tanto, demos paso a…

¡Dolor! ¡Dolor de a de veras y no cuentos!

Era el año 2004. Su servilleta tenía dos meses con unos bonitos fierros* pegados a los dientes. Un día llegué al consultorio de mi dentista y fui recibida con una noticia aterradora.

- Hemos descubierto la causa de la chuequez de tu dentadura. Además del hecho innegable de que hablas hasta por los codos, resulta que empujas la lengua al hacerlo y eso ha hecho que el puente… (laguna, laguna) … y por lo tanto te vamos a poner un bonitísimo aparato en la boca cuyo nombre es...


¡LA TRAMPA INHIBIDORA DE LENGUAAA!



La famosa ¡trampa inhibidora de lenguaaa! consistía en un trapezoide de metal que, colocado en la parte media de la boca, supuestamente mantendría quieta mi lengua al hablar. Mi graciosa dentista, siempre tan hábil con los instrumentos de odontología, cometió un error de cálculo y puso la cosota unos milímetros más abajo de lo que debía, con lo que convirtió la famosa ¡trampa inhibidora de lenguaaa! en:

¡APARATO DE TORTURA MEDIEVAL DE MIERDAAA!

Y así, lo que en un principio sería una molestia promedio en cualquier tratamiento de ortodoncia, terminó por convertirse en un instrumento de tortura digno de la Santa Inquisición (actualmente presidida por Joseph Ratzinger… ¡hola Ratzinger!).

Como el trapezoide estaba demasiado pegado a la lengua, no le quedó de otra -al pobrecito- que incrustarse en mi músculo lingual. Tanto se incrustó, tanto, tanto, que la lengua se me perforó de una manera que quedó chula de preciosa y con ello mis funciones básicas se vieron mermadas al cien por ciento.

Ejemplos Interactivos:
  • Intenten hablar sin despegar la lengua del paladar. Es imposible. Ergo: su servilleta hablaba como gangosa. O peor. El chistín de los chiles Herdez no era chistín en absoluto sino anécdota verdadera de la vida real y verídica de a de veras.
  • Intenten tragar -lo que sea, saliva incluso- sin despegar la lengua del paladar. Es imposible. Ergo: sólo podía ingerir líquidos con un popotito y hacer gárgaras con la cabeza invertida, lo que sin duda me daba un aspecto de maniática que ya quisiera Juana Barraza (justamente toda la comida se me antojaba y arrastré un hambre desgraciada por hartos días consecutivos).
  • Intenten recordar la última vez que se mordieron la lengua mientras comían un manjar cualquiera. Ahora multipliquen ese dolor por 548 y elévenlo a 1440 minutos por día, 168 horas por semana, con descansos de 0.002 segundos al día.
  • Intenten sobrevivir con una aguja gigante clavada en la lengua. Es imposible. Ergo: sufría por kilos y a todas horas.

Al cabo de dos días ya había perdido la esperanza en la humanidad y consideraba seriamente aquello de suicidarme en aras de mitigar ese dolor insoportable que me aquejaba, ay de mí. Agreguémosle a la cuestión que yo era una pobrecita adolescente que apenas hacía sus trámites para entrar a la universidad y que en el camión no podía ni decir gracias al chofi: precisé de un intérprete para dar mis datos más básicos y pasé por una majadera en cuanto lugar me presenté. No dormía, no comía y lloraba en silencio: ¡oh abnegada del destino!

Creo sinceramente que la lengua es el músculo más menospreciado del cuerpo humano. En esos días aciagos comprendí que jamás en mi vida sentiría un dolor tan agudo y tan persistente, pues además de lo intenso de las agujotas trapezoidales clavadas en la lengua, lo más terrible era el hecho de que el suplicio no se aliviara ni con la benzocaína que me unté en cantidades industriales: 24 horas de querer arrancarte la lengua o meterte mano con unas pinzas de albañil (sugerencia que no pocos se ofrecieron a efectuar).

En la fase terminal mi lengua lucía así:
Los puntos amarillos y verdes ilustran las áreas podridas. Las venas azules son... venas azules abiertas. Y la sangre roja es la sangre roja real.

Cuando, a las dos semanas, profesores y allegados me advirtieron que aquello podía convertirse en cáncer de garganta (¡uórale!) decidí que no era normal que mi lengua estuviera medio podrida e inerte, así que me arrastré como pude al consultorio de la dentista (eran las diez de la noche y la muy ingrata salió en chanclas y bata) y le supliqué casi de rodillas que ¡por piedad divina! me quitara el aparato de tortura.

Y me lo quitó. Y la lengua sanó en una semana. Aunque aún, después de unos días, tenía la cicatriz medio abierta.

Supongo que lo único bueno del asunto es que podía sacar la lengua y asustar a los nerdcitos impresionables del salón, que gritaban despavoridos al ver mi lengua agujereada.
Esta imagen perturbadora fue cien por ciento real
(por cierto: qué buen perfil griego me dibujé)

Por si se lo preguntaban: lo superé con terapias de alto impacto.


*digo fierros y no bráquets gracias a uno que-como-que-me-gusta y que muy amablemente se refiero a ellos así.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

RAE no acepta la palabra “Uy” solo está registrado “Huy” que indicar extrañeza, sorpresa, admiración o disgusto.
Saludos.

Don Rul dijo...

No hay mejor terapia que recordar los momentos más dolorosos de nuestra vida. Ayuda mucho al optimismo. Sobre todo si te esmeras en hacer bonitos diagramas explicativos como los que presentas.
Mejor escribe de tu tierna infancia en Polotitown.

Anónimo dijo...

Aún recuerdo esa llaga mortal