La otra noche tuve una regresión vívida: eran vacaciones de verano y Lety, Laura, Araceli (hermanas y mis mejores amigas desde pequeñas) y yo estábamos en una tiendita de abarrotes en la que ellas estaban trabajando de medio tiempo, mientras la familia estaba de vacaciones. Nos comíamos todas las papas Barcel y los helados Holanda, y los apuntábamos en nuestra "cuenta": la última hoja de un cuaderno, con especificaciones de productos que iban sumándose hasta concentrar deudas extremas como 30 ó 40 pesos. De pronto, se nos ocurrió meternos a la casa ajena y hacer llamadas por teléfono.
Una vez ahí, quise averiguar mediante una llamada telefónica quién le gustaba al que a mí me gustaba. Era un método idiota en lo aparente, pero funcionó a la perfección. Sencillamente, a los 11 años no te parece absurdo hacer una llamada anónima y preguntarle al que contesta: ¿quién te gusta?
Así que lo hicimos. El interfecto cayó en la trampa y contestó de la forma más honesta posible.
Pamela, dijo. Pamela le gustaba.
Lety se quedó con el teléfono en la mano, mirándome con algo que a la fecha no sé si definir como lástima o complicidad amistosa. Colgó de inmediato y me dijo: "al fin que está bien feo".
Esa fue la primera vez que me rompieron el corazón con todas las de la ley... porque antes podía jugar a que los que me gustaban eventualmente se fijarían en mí, que eventualmente tendría novios, que eventualmente le resultaría atractiva al sexo opuesto. Aquí no había forma de justificar lo que era evidente: a él le gustaba Pamela y no yo. No tendría por qué mentir, pues las llamadas anónimas con preguntas así eran frecuentas y la norma dictaba hablar con el corazón.
(tres semanas después, el interfecto le "llegó" a Pamela. Ella, para hacerlo todo aún más teatral, era una tipa precoz, relajienta, que decía groserías y tenía faltas de ortografía: era un asco de persona, pero le gustaba a él, y fueron novios durante tres horribles semanas)
La historia tuvo un final infeliz, y no fue la primera vez que sufrí decepciones amorosas de tal intensidad. Y, como entendí después, esos pequeños fracasos permanecen grabados en algún lugar de la memoria, para manifestarse en pequeñas neurosis e inseguridades de la vida adulta. Son los primeros puntos de un largo expediente amoroso, que se vuelve más complejo en lo aparente pero que en el fondo sigue siendo primitivo.
Ejemplo: en el primer capítulo de High Fidelity, el protagonista cuenta sus 5 rupturas más dolorosas en orden cronológico. La primera fue casi idéntica a la mía, aunque no tan perdedora, y más tarde dice que si hiciera el conteo en una escala de dolor, ésa iría directo al segundo lugar: la humillación preadolescente siempre es dolorosa porque es la primera y porque marca un punto de salida.
Ahora pienso en todos los que tuvieron comienzos felices en su vida amorosa. En todos esos estupidines que querían con la rubia chimuela del salón, y terminaron besándola; en las pamelas con mala ortografía que lograron que el que mejor jugaba fútbol les "llegara"... y pienso en si esto determinó de algún modo el éxito o fracaso de sus futuras relaciones. ¿Será verdad que estamos predeterminados por esas breves pero lamentables decepciones amorosas? ¿Que los que empezamos con el pie izquierdo vamos a cojear por siempre en nuestros encuentros con el sexo opuesto (o el propio, según la orientación)? ¿Es inevitable que ante el chispazo de atracción hacia una persona tengamos siempre, una y otra vez, la regresión a la llamada telefónica en la que se escucha el pamela tajante y lacerantemente?
No sé, pero me da curiosidad: ¿alguien alguna vez tuvo un final feliz con el idiota que se sentaba al final del salón y le arrojaba papelitos con un popote para "llamar su atención"? ¿Hubo quien anduvo con su amor platónico de la adolescencia? ¿Hay personas que se libraron de sufrir esa humillación puberta?
Por lo que a mí respecta, me gustaría dejar de recordar esa llamada cada que conozco a alguien. Me gustaría seguir adelante sin el temor secreto a que en algún momento diga, de forma sincera y sin agendas ocultas, que le gusta la muchacha pamela en realidad. Porque no importa cuán recientes tengamos los éxitos de nuestra vida (todos los "te amos", los ruegos y las lágrimas de otra persona, incluso si la correspondíamos), a la hora de la verdad ese pequeño fracaso tiene más peso que, digamos, 7 años de éxito irregular.
PD. Odio a las mujeres que se llaman Pamela, ¿qué clase de puñetero nombre es ese? JÓDANSE.