Resulta que la nueva moda en ciudades cosmopolitas como Nueva York, Los Angeles, Chicago, Boston y San Francisco es desatarse en público con los diarios adolescentes de uno.
La cosa es así: en un barecito medio atiborrado de gente, un treintón o cuarentón cualquiera lee, micrófono en mano, los diarios que escribió en la edad de la punzada, cuando era un estupidín que no sabía ligar, besar, ebriar o sostener una relación cordial con su familia.
En Milenio, Patricia Ruvalcaba escribió al respecto (con un excelente inicio: “Por favor, ayúdame a madurar, ayúdame a llenar mi brasier. El ruego fue formulado en 1980 por Becky Ciletti, estadounidense, cuando ella tenía 12 años y empezaba a flirtear. Ciletti, ahora con 39 años, leyó en público ese y otros textos que escribió en su diario de adolescencia”) y al final formuló una posible explicación sobre el fenómeno: “una especie de ansia social por incorporarse a las corrientes deshinibitorias desatadas por internet, donde los blogs y espacios como YouTube han sido atiborrados de asuntos privados”.
Leí esto y reflexioné un poco. En realidad, con este blogsete, su servilleta no se ha desinhibido mucho que digamos, principalmente porque no encuentro hartas cosas interesantes de dónde desinhibirme. Pero sí he tenido diarios y muchos. En realidad han sido textos casuales, escritos por aquí y por ahí sin mayores propósitos. De épocas particulares, no necesariamente importantes, he escrito relatos verdaderamente largos y pormenorizados, que luego al leer me producen sentimientos contradictorios: a veces me río y a veces me pregunto por qué carajos era tan infeliz por los motivos más insignificantes.
Aquí, algunos párrafos elegidos al azar, que no echan de cabeza a nadie (cambié los nombres, aunque ni era necesario):
- Su novia, si tiene... ¿tiene novia?
Pregunté con un tono de voz rayano en lo imbécil.
Durante el fin de semana entero (después de haber resuelto no pensar más en el Hecho Impactante) estuve reflexionando sobre la forma más sutil y disimulada de indagar sobre el estado civil/romántico de Archibaldo. Me dije que, en caso de obtener una respuesta afirmativa a la pregunta planteada en el párrafo anterior, daría un paso atrás y me alejaría con la prudencia del que no se quiere quemar y por lo tanto se niega a jugar con fuego. Esa semilla que no debía crecer, pensé. Y si no debe crecer, el asunto no puede incomodar más allá de la comprobación práctica y científica de una teoría que elaboré años atrás, según la cual sólo hacía falta que un sujeto dado X me agradara en una proporción mayor a la simplona amistad (Y) para que el individuo, en cuestión de días, encontrara pareja definitiva (Z).
X + Y = Z en nueve casos de diez.
(Rodomiro me dijo un día: “piensa que te gusto, piensa que te gusto”)
- Sí.
Diez de diez.
La respuesta es procesada eficazmente y sin reacciones negativas, como se hubiera previsto. Es tanta la emoción y la risa contenida por los recitales de momentos cumbre en The Holy Grail que sólo atino a esbozar una sonrisita tonta.
Luego se asimila el monosílabo.
Sí…
También he escrito de esas cartas gigantescas que tienen cierto olor a reproche y melancolía, jamás enviadas por supuesto, y que por lo general terminan con un “probablemente nunca leerás esto”:
Pero en ellas encontré esta frase, que me pareció híper-romántica:
Esos besos que me diste, noches después, podrían bastarme para recordarte una vida entera.
O también están las quejas apáticas, que nunca fallan:
Tengo entendido lo que debo hacer, pero es muy claro que no me place. Tarea y reportes y ensayos y leer artículos y lecturas y otras cosas que no me place, que no me da la gana. Y luego resulta que no tengo ganas ni de esto ni de nada. Que sencillamente no tengo ganas de nada. Ni de dormir porque tengo continuas pesadillas de víboras que se meten a la casa y que hacen un ruidito fastidioso conforme avanzan y que al morir dejan esparcidos su piel y veneno.
Y luego, días después:
Y el punto es que he hecho mis cosas, mal o bien, he salido del brete escribiendo mis tres o cuatro cartillas del ensayo tal y leyendo los textos a la mitad. Ahora pienso que ciertos maestros deben odiarme. Me la paso hablando o dibujando o bostezando en sus clases. Qué molestia. Por eso ni me atrevo a quejarme de un siete en un ensayo que naturalmente no merece. El ensayo. Pero igual yo sí lo merezco.
Y más quejas aún:
Me recuerda a otra época, no hace mucho, cuando aún estaba en la preparatoria y sintiéndome entre marginada y entre que no, entre que no tenía ganas de ver a nadie y entre que deseaba que alguien acudiera a mí, me la pasaba todas las clases leyendo el diario de Mew, que bajé de internet. Me lo sabía de memoria pero ah, cómo me levantaba el ánimo leer las aventuras de estos daneses que pecaban de dulces y correctos.
O episodios estúpidos:
Llegué al café con media hora de retraso, me senté en una mesa y esperé a la jefa. Crueladevil apareció y se sentó junto a mí mientras sostenía a una bebé de meses.
- Qué linda su nieta –dije.
Sonrió como sólo ella sabe hacerlo y luego aclaró:
- Es mi hija –me miró sin ganas–. No estoy tan vieja.
Una frase he cruzado con ella y ya lo he arruinado. A pesar de eso –y en gran, grandísima parte por la urgencia que la apremiaba– me dio el empleo. Empecé esa misma tarde y a las pocas horas ya había derramado la espuma de algunos capuchinos, me había quemado los dedos con la máquina y me enfrentaba a la desdicha de servir sin saberme servida y sufrir por la petulancia del que te ve por encima del hombro y con un chasquido de dedos ordena y dispone. Ganar dinero honradamente y yo que había pensado inaugurar el Proyecto Caos y hacer volar todos los complejos bancarios de la ciudad.
La cosa es así: en un barecito medio atiborrado de gente, un treintón o cuarentón cualquiera lee, micrófono en mano, los diarios que escribió en la edad de la punzada, cuando era un estupidín que no sabía ligar, besar, ebriar o sostener una relación cordial con su familia.
En Milenio, Patricia Ruvalcaba escribió al respecto (con un excelente inicio: “Por favor, ayúdame a madurar, ayúdame a llenar mi brasier. El ruego fue formulado en 1980 por Becky Ciletti, estadounidense, cuando ella tenía 12 años y empezaba a flirtear. Ciletti, ahora con 39 años, leyó en público ese y otros textos que escribió en su diario de adolescencia”) y al final formuló una posible explicación sobre el fenómeno: “una especie de ansia social por incorporarse a las corrientes deshinibitorias desatadas por internet, donde los blogs y espacios como YouTube han sido atiborrados de asuntos privados”.
Leí esto y reflexioné un poco. En realidad, con este blogsete, su servilleta no se ha desinhibido mucho que digamos, principalmente porque no encuentro hartas cosas interesantes de dónde desinhibirme. Pero sí he tenido diarios y muchos. En realidad han sido textos casuales, escritos por aquí y por ahí sin mayores propósitos. De épocas particulares, no necesariamente importantes, he escrito relatos verdaderamente largos y pormenorizados, que luego al leer me producen sentimientos contradictorios: a veces me río y a veces me pregunto por qué carajos era tan infeliz por los motivos más insignificantes.
Aquí, algunos párrafos elegidos al azar, que no echan de cabeza a nadie (cambié los nombres, aunque ni era necesario):
- Su novia, si tiene... ¿tiene novia?
Pregunté con un tono de voz rayano en lo imbécil.
Durante el fin de semana entero (después de haber resuelto no pensar más en el Hecho Impactante) estuve reflexionando sobre la forma más sutil y disimulada de indagar sobre el estado civil/romántico de Archibaldo. Me dije que, en caso de obtener una respuesta afirmativa a la pregunta planteada en el párrafo anterior, daría un paso atrás y me alejaría con la prudencia del que no se quiere quemar y por lo tanto se niega a jugar con fuego. Esa semilla que no debía crecer, pensé. Y si no debe crecer, el asunto no puede incomodar más allá de la comprobación práctica y científica de una teoría que elaboré años atrás, según la cual sólo hacía falta que un sujeto dado X me agradara en una proporción mayor a la simplona amistad (Y) para que el individuo, en cuestión de días, encontrara pareja definitiva (Z).
X + Y = Z en nueve casos de diez.
(Rodomiro me dijo un día: “piensa que te gusto, piensa que te gusto”)
- Sí.
Diez de diez.
La respuesta es procesada eficazmente y sin reacciones negativas, como se hubiera previsto. Es tanta la emoción y la risa contenida por los recitales de momentos cumbre en The Holy Grail que sólo atino a esbozar una sonrisita tonta.
Luego se asimila el monosílabo.
Sí…
También he escrito de esas cartas gigantescas que tienen cierto olor a reproche y melancolía, jamás enviadas por supuesto, y que por lo general terminan con un “probablemente nunca leerás esto”:
Pero en ellas encontré esta frase, que me pareció híper-romántica:
Esos besos que me diste, noches después, podrían bastarme para recordarte una vida entera.
O también están las quejas apáticas, que nunca fallan:
Tengo entendido lo que debo hacer, pero es muy claro que no me place. Tarea y reportes y ensayos y leer artículos y lecturas y otras cosas que no me place, que no me da la gana. Y luego resulta que no tengo ganas ni de esto ni de nada. Que sencillamente no tengo ganas de nada. Ni de dormir porque tengo continuas pesadillas de víboras que se meten a la casa y que hacen un ruidito fastidioso conforme avanzan y que al morir dejan esparcidos su piel y veneno.
Y luego, días después:
Y el punto es que he hecho mis cosas, mal o bien, he salido del brete escribiendo mis tres o cuatro cartillas del ensayo tal y leyendo los textos a la mitad. Ahora pienso que ciertos maestros deben odiarme. Me la paso hablando o dibujando o bostezando en sus clases. Qué molestia. Por eso ni me atrevo a quejarme de un siete en un ensayo que naturalmente no merece. El ensayo. Pero igual yo sí lo merezco.
Y más quejas aún:
Me recuerda a otra época, no hace mucho, cuando aún estaba en la preparatoria y sintiéndome entre marginada y entre que no, entre que no tenía ganas de ver a nadie y entre que deseaba que alguien acudiera a mí, me la pasaba todas las clases leyendo el diario de Mew, que bajé de internet. Me lo sabía de memoria pero ah, cómo me levantaba el ánimo leer las aventuras de estos daneses que pecaban de dulces y correctos.
O episodios estúpidos:
Llegué al café con media hora de retraso, me senté en una mesa y esperé a la jefa. Crueladevil apareció y se sentó junto a mí mientras sostenía a una bebé de meses.
- Qué linda su nieta –dije.
Sonrió como sólo ella sabe hacerlo y luego aclaró:
- Es mi hija –me miró sin ganas–. No estoy tan vieja.
Una frase he cruzado con ella y ya lo he arruinado. A pesar de eso –y en gran, grandísima parte por la urgencia que la apremiaba– me dio el empleo. Empecé esa misma tarde y a las pocas horas ya había derramado la espuma de algunos capuchinos, me había quemado los dedos con la máquina y me enfrentaba a la desdicha de servir sin saberme servida y sufrir por la petulancia del que te ve por encima del hombro y con un chasquido de dedos ordena y dispone. Ganar dinero honradamente y yo que había pensado inaugurar el Proyecto Caos y hacer volar todos los complejos bancarios de la ciudad.
Todo esto nadie lo ha leído y es una lástima: decenas, casi cientos de cuartillas de digresión barata con muchas aventuras igualmente baratas. De ellas extraigo algunas conclusiones, como que la apatía me ha invadido en ciertos periodos de mi vida y que también, cuando lo he decidido, me da por convertirme en la conquistadora más picuda de la ciudad (eso fue una frase sarcástica, por si no lo habían notado).
En diez años o veinte los leeré completos, de eso estoy segura.
5 comentarios:
Liliancita: Por posts (o entradas, como los tradujo un austriaco que pasaba por aquí) como éste, no he cancelado mi suscripción a Internet y sigo perdiendo toneladas de hora/hombre leyendo posts (o entradas, que paradójicamente las más de las veces son salidas) que casi siempre son totalmente prescindibles.
Sigue escribiendo.
Si son nueve casos de diez;
X+Y=1 donde X>Y
Si son diez casos de diez;
X+Y=Z donde Z=0
Lilián>7... "Pero igual yo sí lo merezco"(claro).
Esas fueron unas ecuaciones sarcástica, por si no lo habías notado.
El Proyecto Caos es muy buena idea. Tú podrías ser una especie de V y yo algo así como vuestro fiel lacayo Sir Bedivere. Nuestro lema “Pie Jesu Domine, dona eis réquiem”.
Aquí puedes escuchar 30 segundos de la canción “Tarantula”(son muy pocos para una opinión ¿no?). http://www.fmqb.com/Article.asp?id=16770
Si una chica me dijera esa frase híper-romántica, también la recordaría la vida entera =)
La canción completa en: http://www.spinner.com/2007/05/18/new-music-tarantula-by-smashing-pumpkins/
Yo intercambiaba diarios con una amiga y nos poníamos notitas de las mismas situaciones tipo "lo siento, no me di cuenta" "¿a poco eso te dijo" etc.
Era una forma muy válida de darnos importancia, snif.
Ahora todos mis diarios (desde la primaria hasta la prepa) los tiene mi mejor amiga, los sacamos de vez en cuando para reirnos un poco.
Que bonito post.
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