Despiertas un sábado por la mañana en un hotelucho de paso en la colonia Roma. No te preguntas por qué a tu lado duermen dos personas, no tienes voz, tu brazo está pintarrajeado, tu cuerpo entero ha sido golpeado y tienes indicios de resaca.
Como parte de la excitante vida de su servilleta que me niego tajantemente a relatar (quizás porque intuyo que no hay mucho qué contar, además de las abducciones alienígenas a que me someten con bastante frecuencia), os diré sin más rodeos las razones que me llevaron a tan penosa situación.
Las dos personas son mi hermana y mi cuñado, el brazo pintarrajeado es un autógrafo en piel viva que tuve la desfachatez de pedir la noche anterior y la resaca incipiente es el resultado de unas cuatro cervezas Pacífico que luego me llevaron al baño media docena de veces. Grité tanto que apenas puedo hablar. Los moretones tienen una causa solamente: la noche anterior vimos a Lucybell en un barecito de la Roma (el Factory) y ahí nos entregamos al más bajo encontronazo de manos y codos. La felicidad más increíble y sofocante e inasequible y catártica en un espacio de no más de tres por dos metros y menos de cincuenta centímetros que separan a Claudio Valenzuela de mi sitio. Y prometo jamás volver a dudar de la eficacia con que Alá escucha mis plegarias paganas.
Hereje.
Como parte de la excitante vida de su servilleta que me niego tajantemente a relatar (quizás porque intuyo que no hay mucho qué contar, además de las abducciones alienígenas a que me someten con bastante frecuencia), os diré sin más rodeos las razones que me llevaron a tan penosa situación.
Las dos personas son mi hermana y mi cuñado, el brazo pintarrajeado es un autógrafo en piel viva que tuve la desfachatez de pedir la noche anterior y la resaca incipiente es el resultado de unas cuatro cervezas Pacífico que luego me llevaron al baño media docena de veces. Grité tanto que apenas puedo hablar. Los moretones tienen una causa solamente: la noche anterior vimos a Lucybell en un barecito de la Roma (el Factory) y ahí nos entregamos al más bajo encontronazo de manos y codos. La felicidad más increíble y sofocante e inasequible y catártica en un espacio de no más de tres por dos metros y menos de cincuenta centímetros que separan a Claudio Valenzuela de mi sitio. Y prometo jamás volver a dudar de la eficacia con que Alá escucha mis plegarias paganas.
Hereje.
Lucybell
El asunto es el siguiente: tienes la oportunidad casi exclusiva de ver a la banda chilena que últimamente te roba todos tus suspiros y disertaciones filosóficas (y baratas) el viernes 15 de septiembre. México entero celebrará y gritará y hará correr el tequila mientras en un rinconcito agradablemente iluminado no más de doscientos indigentes sin patria ni beneficio gritarán hasta el paroxismo y, si cabe decirlo, el éxtasis más absoluto. Evitaré ser cursi, así que lo diré en términos mundanos: fue el mejor concierto de mi vida. No son pocos conciertos a los que he tenido el gusto de ir y sin embargo éste me pareció increíblemente emotivo, rotundo. El más intenso, el más ardiente. Casi veía llamas cayendo del escenario. Casi pienso que los que están a mi lado no resienten la avalancha de codazos que les prodigo y dedico, que no sufren porque no pueden ver ni oír bien (por mi humanidad y las bocinas, se entiende) y porque no pueden creer que estén tan cerca y tan adentro, como si penetraran una barrera espacial que ineludiblemente se ha impuesto en conciertos pasados. Pero no hoy. Nadie nos detiene: todo se reduce a una cuestión de cortesía. ¿Puedo pasar? ¿Me apartas mi lugar mientras voy al baño? ¿Podrías retirar tu mano helada de mi hombro? Señor guardia: ¿puedo dejar el pie junto al pedal sin tocar los cables? Disculpa, tu lugar es atrás de mí.
Y así las cosas, sin tarima ni escenario que se yerga al menos medio metro arriba, el escucha y el intérprete pisan el mismo suelo y respiran el mismo aire viciado de humo y sudor. Nada más acogedor que eso. Tocar sus dedos cuando él los extiende y seguir las canciones una a una sin temor a encores de media hora o regresos prometidos y jamás cumplidos. Porque cada vez que gritemos, ya casi sin voz en las gargantas, para que regresen por otra, otra, otra, lo harán sin rodeos y sólo después de miradas de complicidad entre ellos. Ni una más, mienten. Porque regresan: les gusta la calidez casi sofocante del lugarcito. ¿Qué se sentirá comer fuego en otro país?
Claudio Valenzuela
Es decir: mi hermana, mi cuñado y yo de pronto nos hallamos en un barecito cuyo centro estaba adornado por un árbol plantado en medio de la nada, nomás porque sí. Es difícil creer que precisamente aquí tocará Lucybell, los chilenos que -como sabría cualquier seguidor medianamente enardecido- desde 1991 se dedican al improbable oficio de hacer música. Música hermosa, flamante, fogosa pues. Y adictiva, si lo sabremos los adultos contemporáneos que charlamos al ritmo de musiquita indie y chocamos nuestras botellas sin abandonar nuestros puestos de lujo. Los murmullos se extienden: estamos bien cerquita, mano, yo sí me desmayo. A la banda que toque antes que ellos tendremos que abuchearlos. Pero no fue necesario: después de oír los espurios vivas en la televisión (y no faltó quien gritara: ¡Viva Lucybell!), nos vimos escuchando con inmenso placer las canciones armoniosas y delirantes de Yeccan, cuya vocalista (argentina ella y además esposa de Eduardo Caces) aseguró amar las glorificadas expresiones de “chido, güey” y “¡a huevo!”. Dicen que son como un Portishead de este laredo, lo que tuvimos la dicha de comprobar. A cada cerveza y cada sensación de lucidez alcohólica se suceden los minutos: observamos el set list pegado en el piso con masking tape y así nos enteramos, un poco anticipadamente, de las canciones que con energía y desconsideración-por-el-prójimo corearemos. Mis amiguitos cultivados al vapor (mi radar socializador se prendió al instante) se congratulan por las sorpresas y hacemos planes exprés respecto a lo mucho que disfrutaremos el concierto. En una ida al baño encuéntrome con el tecladista de Yeccan e intercambiamos felicitaciones e información de su álbum inédito. Ha llegado el momento: no más lastres botelliles ni amistades o lazos sanguíneos que valgan para salvaguardar el sitio que milagrosamente me ha reservado mi deidad predilecta.
Tere de Caces
Y después, sin previo aviso, a un costado aparecen Claudio Valenzuela, Cote Foncea y Eduardo Caces. Pasan rozando las costillas. Y he aquí que aparece nuestro lado más ridículo y adorador: verlos tan cerca enciende una mecha que creímos muerta; la mecha de la euforia, la expectativa, la sorpresa por los nuevos descubrimientos. Gritar de felicidad, brincar de júbilo: emociones ingenuamente sepultadas en la vida diaria. Pero en esos momentos todos volvemos a ser niños: coreamos Huracán y nos olvidamos de que probablemente lucimos ridículos a los ojos de la gente decente.
¿Será posible mezclar los adjetivos íntimo e intenso para describir lo que Lucybell construyó esa noche? No aburriré a quien esto lea enumerando con precisión cada canción, detalle y momento que hizo de ese concierto el mejor de todos cuantos he visto. No ahondaré en la impresión de verlos prolongar la música con tal belleza y tal dominio que pudieron arrancar las lágrimas y los gritos ensordecedores -porque lo hicieron-. Que el suelo se cimbró con Luces no bélicas o que No mientas más fue el instante más sensual y apasionado. Que ese protagonismo jocoso y simpatiquísimo del Cote es una verdadera joya: el único baterista que roba toda la atención sin abandonar su instrumento. O esa aureola de misticismo alrededor de Caces. Que sí, se extrañaron Milagro, Carnaval o Tu sangre, pero que en cambio escuchamos, ya casi sin aliento, hermosas piezas como Ten paz, Cuando respiro en tu boca, Juro al sol o Esperanza. O sentimos la piel trémula en Sálvame la vida e Infinito amor -el próximo sencillo de Comiendo fuego-. En fin, no extenderé más párrafos lo que puede resumirse en una palabra bastante mundana: maravilloso. Maravilloso hasta cuando Claudio dijo que ese era un día muy importante para México y luego entonó los primeros versos de La célula que explota, para contradictorio deleite de los presentes.
Cote Foncea
Eduardo Caces
Me gusta la jerga chilena, por desvergonzada: decir que movimos las guatas y los potos, tanto rucias como pitucas, sin que nadie lograra hacerse el leso. Ah. Me gusta Chile, sobre todo. Me gusta el aire contrito de su gente, admiro el dolor y sangre de su historia, pienso que la llaga siempre está abierta en el inconsciente colectivo. Cuando escucho en las canciones de Lucybell que un lado de la calle está ensangrentado y que por el río (el mítico Mapocho que surca Santiago) no se toman rutas correctas, pienso en ese dolor enterrado que los chilenos encuentran difícil revelar. Ese aire andino de Claudio me recuerda al indio Lautaro que tendió finas emboscadas a los españoles, el Lautaro glorificado y hecho leyenda, el Lautaro que parece haber revivido en su cara. Quizás es por eso que al verlo adivino el pasado entero de Chile, los cadáveres flotando en el río, los milicos tomando los barrios, los exiliados que ya no pueden regresar a su terruño. Cuando el concierto acabó, cuando complacieron hasta no sentir las manos ni los labios, cuando todos abandonamos de tajo el pequeño paraíso de su música y por esas raras casualidades (de nuevo el tecladista de Yeccan) nos encontramos departiendo en el cuartito que hacía las veces de camerino, vi en las paredes leyendas como Viva Chile, ¡mierda! o Viva Chile Bachelet. Así que no estaba equivocada cuando pensaba en esa sangre chilena de la que ellos no pueden -ni desean- despojarse. No era equivocado pensar que hay un pedazo de Chile en México y que siempre late como fuego cuando se siente música tan real como la de Lucybell.
Pero vuelvo a lo mundano: mis acosadores hermana y cuñado tienen ya historia en aquello de acechar a los integrantes de Lucybell. Por eso no fue raro que, ya introducidos en el consabido backstage, tanto Cote como Claudio los reconocieran con sonrisas fraternales. Yo confieso que, nada más ver a Claudio sentado a un lado de su esposa, la sangre se me congeló de repente y sólo atiné a mirarlo anonadada. Hace media hora uno se desgañita gritando y coreando y súbitamente estás ahí al lado de ellos, con la elocuencia ida al caño. Porque en realidad no hay mucho que puedas o imagines decir, salvo saludarlos con mucha gracia y sin admitir que estás altamente intimidada. Pero Claudio, tan relajado como estaba, saludó con beso y aceptó posar para la fotografía trunca que el celularsucho de mi carnala tuvo el error de eliminar. Ya será para la próxima. Luego plasmó su firma en mi antebrazo, ya advertido de que lo que le pediría sería un tanto ridículo (porque en realidad lo es y mucho). Diez minutos después yo seguía atrás de él sin despegar la vista de su tatuaje de dragón en el cuello y él volteaba de cuando en cuando y sonreía, supongo que al saberse observado. Por un segundo me sentí harto stalker. Por lo pronto nos paseamos por ahí como buenos seguidores felicísimos que sólo atinan a dar vueltas como trompo y reírse con las ocurrencias del Cote, que para colmo traía a una horda de modelos extranjeritas a sus pies. Fue gracioso verlo con sus aires de conquistador, el único soltero de la banda que, naturalmente, puede darse tales gustos. Claudio no se separó de su esposa y Caces tendía a desaparecerse con rapidez abrumadora, dado que su señora esposa Tere andaba de arriba a abajo. Los Yeccan reían y reían y nosotros tuvimos que soplarnos la compañía de un heteroflexible (así se definió cuando nos confesó que, al ver a Claudio una semana antes en el Chopo, tuvo el impulso de colgarse de su cuello y propinarle unos buenos besotes) que no se nos separó sino hasta que estuvimos a una cuadra de nuestro hotelucho. Las plastas son contagiosas. Por fin, pasando las cuatro de la madrugada, nos fuimos con el último miembro del crew, después de habernos despedido con beso y abrazo de Claudio (de nuevo mi sangre alcanzó niveles de congelamiento verdaderamente alarmantes) y haber encontrado a Caces en medio de la calle. Las modelitos se fueron por su lado y nosotros emprendimos el camino al sur, aunque ahora sin tren.
Las mejores fiestas patrias, con más chile del medianamente soportable.
Puntos importantes a considerar:
- Durante algunos días procuré no lavarme mi antebrazo derecho, lo que ha sido toda una proeza de la limpieza corporal y, ciertamente, un acto ridiculísimo y adolescentoso (un gringo me llamaría teenie bopper). La prueba es la siguiente fotografía, apenas tomada ayer lunes:
Mis compañeritos rudos y moi
- Mi sacrosanto padre, después de haber escuchado a Lucybell durante dos horas seguidas, declaró que el "conjunto" toca agradablemente. Mi sacrosanta madre, por su parte, afirma que Lucybell le suena muchísimo a La Ley, pero que al menos ellos -y aquí la cito- "tienen a uno bien guapote". Lo que es no saber de música.
- Si el obstinado lector pone especial atención a las fotografías, notará que la cercanía obligaba a que Tere y Claudio ya de plano posaran. ¿Podría estarse más cerca en concierto alguno, al grado de que semejante fenómeno sucediera?
- Es por todos conocida mi afición por empujar, brincotear y perder el temple durante los conciertos. Mis vecinos de lugar usualmente terminan aborreciéndome. Lo que nunca pensé es que me vería en la situación de luchar cuerpo a cuerpo con la misma sangre de mi sangre. Mi carnala y moi olvidamos todo lazo sanguíneo a la hora de apañar lugar.
4 comentarios:
estoy orgullosa de ti...has dominado la técnica stalker de una manera impresionante... solo basta con recordar la foto donde seguiste a daniel kessler hasta el starbucks, y la vez que seguiste durante largo rato a leon larregui en el tec. de monterrey o también la vez que aún con autografos en mano y fotos con el señor mige lo seguiste al cruzar la calle jejeje
Hijole, por unos momentos hiciste que me arrepintiera de no ir, casi se me sale una lagrimita y es que... pobre Cote, necesitaba ayuda con tanta seguidora, con mucho gusto yo le hubiera echado una mano... o las dos (a las seguidoras de Cote).
Hola...estaba navegando y sin darme cuenta llegué a tu blog...leí cada palabra que escribiste y realmente describes muy bien lo que viviste...LCBL es genial...enamorada de Claudio al igual que tu...pero yo, ya hace bastante tiempo...podrán ser como 12 años...si mas o menos...Mi Claudito, lo más lindo...
Bueno...te felicito por tu blog, por esa forma tan linda de describir lo vivido y suerte...yo acá esperando a que vuelvan...si ya los extraño demasiado...
SUERTE!!!!!
CLary
Santiago de Chile...
Viva Chile!!!! Mierda!!!!
Muy buenas noches señorita, cuando comencé a leer su reseña senti como en muchas ocasiones que esta sería una cronica de niña loca que ve a su grupo y termina desbaratandose de casi orgasmo por ellos, pero sin comprender esos pequeños detalles por los que en si el grupo es lo que es, y vale lo que vale.
Pero, a medida que fui metiendome en el relato vi con gran emoción como me transportaba a una noche realmente especial, recordé la del 14 de julio, en el metropolitan, bastante emotivo, tambien arrancó lagrimas, pero lo que usted vivió fue mucho más que eso...es verdad, al tener a los integrantes cerca las cosas que se tiene pensadas se olvidan, es solo el instante de darse cuenta que son como uno, que comen, se carcajean, respiran, viven, que son reales, pero eso crea una especie de trance, algo dificil de explicar. En mi historia tambien hubo algo como lo de su brazo, solo que a mi fue en una mochila vieja y fea, no dejaban que firmaran nada, pero Claudio amable y con mirada retadora vio al don de seguridad al momento de jalarme para dejar su firma, agradeció un escrito que le di y un libro, y yo no pude articular palabra, pero me dejó su mirada de gato. Es inevitable emocionarse como niña tonta, pero despues de todo "no es verdad que una ilusión es la que nos hace dichosos?"
Por último, me encantó lo que escribió sobre Chile, veo que tambien usted le tiene un gran respeto a ese hermoso país, no se si será por enigmatico, por sus climas extremos, por su ubicación geográfica, por sus excelentes escritores y músicos, hay algo que me llama desde que era niña de allá. Gracias por su reseña. Creo que es todo lo que tengo que decir.
Publicar un comentario