Hay tanto de lo que quiero escribir, tantos temas que en apariencia parecerían fecundos e importantes, pero no puedo concretar ninguna idea. Quiero contarles lo que sucedió en ese autobús a Iquique, donde conocí a Roland: tiene diecisiete años, es fanático de Panda, y va a estudiar una carrera como ingeniería o sistemas. Charlé con él largo rato, incluso cuando paramos en La Serena y comimos en una cafetería de high school gringa con una señora que también iba en el autobús. Me contó que, desde el terremoto, tiene que tomar pastillas para dormir.
Nunca había conocido a alguien tan encantador, tan naturalmente amable y sensato, y cuando bajamos en Copiapó por un café... le robaron su mochila. En ella cargaba su computadora, sus credenciales, todo su dinero para el primer semestre de la universidad. Él no pudo reaccionar de otra forma, la sangre se le fue de la cara y golpeó con los puños los asientos. El auxiliar, o terramozo, se le quedaba viendo con una mirada estúpida y le decía que era su culpa por no vigilar sus pertenencias.
Sentí rabia, y luego tristeza. Estuve ahí cuando le habló a su mamá y entonces se convirtió, de súbito, en un niño de doce años, y lloraba y decía "mamá, me robaron todo, todo". No pude dormir bien en toda la noche, y noté que él tampoco. Sólo temblaba y miraba por la ventana. Le dije que le prestaría lo que necesitara, pero él se negó y dijo que pondría una demanda, que como todos sabemos no llegará a ningún lado. Cuando me dio su correo tuvo suficiente presencia de ánimo para hacer una broma (Ronald... Ronald McDonald, dijo, con la voz quebrada).
Se bajó antes de que yo despertara y, cuando abrí los ojos, había un capítulo de Mister Bean en la televisión, y por la ventanilla se veía el mar azul, imperturbable.
Durante toda la mañana tuve un dolor de estómago, una molestia que no cesaba. Cuando llegué al hostal y abrí Twitter, me llevé una de las sorpresas más desagradables que he tenido en mucho tiempo.
Eso me lleva al tema del rencor.
Hay algo contra la que nunca he podido luchar: mi propio rencor. Soy la clase de persona, la estúpida clase de persona, que jamás olvida un agravio. Y no por terquedad, ni por venganza. Es sólo una de esas taras que te reducen como persona, que te hacen revivir continuamente alguna frase dicha al aire hace ocho años, una situación banal en la secundaria, algunos regaños infundamentados, ofensas en apariencia pequeñas de las que no puedes desprenderte. Te acompañan a lo largo de los años, con la misma intensidad de las convicciones y los valores morales.
Se relaciona con el perdón, supongo, y mi inhabilidad para otorgarlo. Ni siquiera a mí misma.
Pero también creo que puedo superarlo, después de muchos años, incluso después de que todos esos sentimientos negativos ya me han lacerado lo suficiente.
Está el ejemplo de Brenda, una compañera de la primaria. Durante años, años que se prolongaron desde la niñez a la pubertad, y luego a la adolescencia, sostuvimos una rivalidad que jamás tuvo tregua. A pesar de que alguna vez fuimos amigas, de que la visité en su casa y ella en la mía, hubo de pronto un enojo que me hizo creer sinceramente, durante mucho tiempo, que Brenda era una auténtica villana.
Es muy estúpido así escrito. Siempre he tenido una relación cordial con toda su familia: con su hermana, que fue mi colega; con su hermano, con el que salí con otros amigos algunas veces; hasta con su mamá, una señora encantadora. Pero Brenda siempre fue esa enemiga acérrima que nunca superaría.
Hasta que ayer, luego de un encuentro fortuito, me di cuenta de que ya no tengo motivos para odiarla. Ni siquiera para que me desagrade. De hecho, me di cuenta de que no tenía ya nada contra ella. La veo distinta ahora, e imagino que ha llegado el momento de vernos, saludarnos y reírnos por toda esa estupidez del pasado. No me veo siendo su amiga, pero sé que la considero una buena persona.
Eso me lleva a pensar que quizás, en el futuro, deje de albergar sentimientos negativos en torno a las personas que, considero, me han lastimado. No es una esperanza muy encantadora que digamos, y no deja de ser inmadura y tonta. Sólo sé que, en este momento de mi vida, no olvido fácilmente. Mantengo un registro mental de todas las patanadas que me han hecho, y aunque es totalmente destructivo, es. No puedo cambiarlo así como así.
Y esto me lleva al karma.
Creo en él. He hecho otras tantas patanadas yo misma, y no las puedo cambiar tampoco, porque esas sí están en un tiempo pasado inaccesible. Por eso, imagino que lo único que quería era preguntarles, a ustedes que me leen, oh, si estarían dispuestos a entrar en una colecta para ayudar a Ronald a comprar otra computadora. Un objetivo específico y con absoluta transparencia, para que ustedes sientan un poco como que limpian su karma y yo también, casi casi de forma egoísta, deje de sentirme mal por lo de Ronald.
Así que... Acepto propuestas, hermanos míos.
Actualización:
En primer lugar, muchas gracias de corazón a todos los que se han unido a "esta noble causa", por la razón que fuere (el budismo es opcional). En segundo lugar, más tarde en este mismo bló de ocasión voy a postear los métodos que usaremos para la donación. Puede ser PayPal o CLABE bancaria, eso lo "estoy discutiendo con mis asesores". También la opción de la rifa es harto interesante, y puede ser un mecanismo más directo. Aclaro que la cifra que busco juntar es unos cinco mil pesos para la compra de una netbook, así que no es nada que no podamos alcanzar si cada uno cooperamos con, digamos, cien pesos.
¡Gracias de nuevo!

























