Es frecuente que la gente me diga:
"¡Vamos a rentar un departamento juntos!"
Y que yo diga: "Está bien".
Y en el fondo piense: "Ajá. Cómo no".
No por mí. Por ellos. No digo que sea difícil vivir con su servilleta (a continuación expondré ejemplos prácticos), pero todas las ofertas que he recibido tienen sus desventajas. Al final no son más que idealizaciones y proyectos a largo plazo; a lo mejor se concretan y a lo mejor no. La divagación y el albur son demasiado tangibles como para considerarlos ofertas viables. Esta parte del texto está hundiéndose como el Titanic. Voy a pasar a la siguiente.
Estas personas han de pensar que vivir con su servilleta es la mar de emocionante y divertido.
Tienen toda la pinche razón.
Los tres años que viví con distintas tipas insufribles fueron bomba. Las ignoraba el mayor tiempo posible, me encerraba a piedra y lodo en mi recámara, consumía muchos megabytes de banda ancha, me comía su jamón y me bebía su leche, y además invitaba a gente a dormir sin avisarles. Por supuesto, cuando era necesario, me mostraba lo suficientemente amable/hipócrita como para ofrecerme a preparar la cena de esa noche (consistente en tostadas con frijoles de lata y galletas Marías) y las ayudaba con sus tareítas en la medida de lo posible. Sólo que eso casi nunca era posible: una estudiaba arquitectura (cortaba con su novio cada semana y hacíamos apuestas para ver qué tan rápido iban a regresar, aunque para ella todas las veces eran "la última vez"), otra estudiaba medicina (era de lento aprendizaje y memorizaba sus apuntes a grito pelado en el pasillo), y dos estudiaban química (una era un mueble que no hablaba y la otra era una estupidilla de cuyo nombre ni me acuerdo).
Claro, eran unas babosas y todas -TODAS- me caían infinitamente mal. Me complacería mucho no saludarlas cuando las vea por la calle. No volveré a pintar aserrín de verde para una maqueta de un hospital, ni traducir artículos sobre las cuatrocientas quince arterias del corazón.
Ni siquiera extraño las veces que nos zampábamos un cartón de cervezas, ocho Red-Bulls y dos Nestea para los noches de insomnio estudiantil.
"¡Vamos a rentar un departamento juntos!"
Y que yo diga: "Está bien".
Y en el fondo piense: "Ajá. Cómo no".
No por mí. Por ellos. No digo que sea difícil vivir con su servilleta (a continuación expondré ejemplos prácticos), pero todas las ofertas que he recibido tienen sus desventajas. Al final no son más que idealizaciones y proyectos a largo plazo; a lo mejor se concretan y a lo mejor no. La divagación y el albur son demasiado tangibles como para considerarlos ofertas viables. Esta parte del texto está hundiéndose como el Titanic. Voy a pasar a la siguiente.
Estas personas han de pensar que vivir con su servilleta es la mar de emocionante y divertido.
Tienen toda la pinche razón.
Los tres años que viví con distintas tipas insufribles fueron bomba. Las ignoraba el mayor tiempo posible, me encerraba a piedra y lodo en mi recámara, consumía muchos megabytes de banda ancha, me comía su jamón y me bebía su leche, y además invitaba a gente a dormir sin avisarles. Por supuesto, cuando era necesario, me mostraba lo suficientemente amable/hipócrita como para ofrecerme a preparar la cena de esa noche (consistente en tostadas con frijoles de lata y galletas Marías) y las ayudaba con sus tareítas en la medida de lo posible. Sólo que eso casi nunca era posible: una estudiaba arquitectura (cortaba con su novio cada semana y hacíamos apuestas para ver qué tan rápido iban a regresar, aunque para ella todas las veces eran "la última vez"), otra estudiaba medicina (era de lento aprendizaje y memorizaba sus apuntes a grito pelado en el pasillo), y dos estudiaban química (una era un mueble que no hablaba y la otra era una estupidilla de cuyo nombre ni me acuerdo).
Claro, eran unas babosas y todas -TODAS- me caían infinitamente mal. Me complacería mucho no saludarlas cuando las vea por la calle. No volveré a pintar aserrín de verde para una maqueta de un hospital, ni traducir artículos sobre las cuatrocientas quince arterias del corazón.
Ni siquiera extraño las veces que nos zampábamos un cartón de cervezas, ocho Red-Bulls y dos Nestea para los noches de insomnio estudiantil.
Eso que me estoy limpiando no es una lágrima, joder.
Hace un año que me fui, escribí este post medio lacrimoso al respecto. Bah. No las extraño nada.
Mensaje para los posibles roomates de su servilleta:
Tengan el champán listo dentro de un par de meses. Yo invito los hielos.
Mensaje para los posibles roomates de su servilleta:
Tengan el champán listo dentro de un par de meses. Yo invito los hielos.
12 comentarios:
osh, yo siempre he querido tener un roomate... viví mi vida universitaria sola y ahora con mi hermano que no hace nada más que roncar y comer comida 24/7...
quiero una rommie mujer!!!
comer comida jo jo jo...
Solicitas un Chandler Bing por que quieres compartir casa con un hombre???
Pa' donde te vas a vivir?
Yo quisiera una Mónica Geller, para que todo el tiempo cocinara y limpiara. Soy muy Rachel Greene a veces.
No es que quiera compartir con un hombre expresamente. Pero varias de las ofertas han provenido de amigous de la juventud, y por un momento pensé: "Yeah. Si yo soy la única mujer, seré la reinita". O la lavapisos oficial. Una de dos.
El lugar está contemplándose. Si conoces de alguna Monica Geller que no se pase de neuras (o nos arrancamos los ojos a los dos días), házmelo saber en tu bló de confianza.
Friends es tan 2004.
Si quieres que te deifique, necesitas un amigo queer o "hija", de otra manera serás su segunda madre.
Es decir, tu anuncio debería decir algo asi como "Grace queretana solicita Will condechi".
Croac.
yo le entro weeey!!! mis cuates quieren que me vaya con ellos...son 4 fichitas :/
Tons ¿quién es Monica y quién Rachel?
Gorigorigó.
Buuu ¡no seas marra!.
Yo decidí volverme quesque sarcástico por Chandler. No me ha salido como lo esperaba.
-El Autor.
demonios! eres genial!!
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