26 de agosto de 2009

La magdalena en aceite


Cuando era chica, mi mamá y yo teníamos una costumbre establecida: después de salir de la farmacia de la tía abuela Guadalupe Real, íbamos a cenar unos tacos con una señora a la que llaman doña Vicky (supongo que su nombre es Victoria, pero no tengo pruebas suficientes) (seguiré en la pesquisa).

Sólo a ella y a mí nos gustaban. Los llamábamos "tacos de aire", porque eran unas flautas imposiblemente delgadas, con una guarnición que de tan ordinaria sólo parece despertar lástima (col, jitomate, crema, chiles en vinagre y unas deliciosas papas aceitosas y fritangueadas). Eran un placer de los dioses.

Desde siempre, asocié esos tacos con Guadalupe Real. Eran indisolubles: el trayecto de la botica, antigua y obsoleta, a la fondita de doña Vicky.

Un día, doña Vicky cerró el local. Cuatro años después, mi tía Guadalupe Real murió.

Ambas cosas terminaron tajantemente, sin posibilidad de secuela. El platillo (¿podría llamarle platillo a una garnacha tan vulgar?) que más había disfrutado en mi incipiente vida, en la vida del niño que no conoce más sazón que el de su madre y el de la comida rápida. Y mi tía Guadalupe Real, el personaje que ha ejercido la mayor influencia -me atrevo a decir-
literaria en mí. Ambos se fueron.

En cuanto a los tacos, supongo que magnifiqué su recuerdo ante la certeza de que no iba a probar otros igual. Es difícil describir en qué consistía su grandiosidad; era más bien una conjunción de elementos (sumados a circunstancias externas: el trayecto por la noche, mis 10 años recién cumplidos, la sensación de la aventura en complicidad con la madre).

He estado en casa de mis papás desde el sábado: nada extraordinario, pero sí edificante. Hace un rato, mi mamá me llamó. Me puse una chamarra, me subí al coche y le pregunté a dónde íbamos. Me confió con otra modulación en la voz: "doña Vicky volvió a abrir".

¿Es absurdo decir que sentí una contracción en el estómago? No era el hambre, ni el antojo postergado. Era una sensación de nostalgia renacida, similar a la que se experimenta cuando se entra a la casa de infancia, o se encuentra un cuaderno de garabatos extraviado hace tiempo. Lo que sentí, lo que temí casi, fue que dentro de poco estaría cara a cara con uno de los recuerdos sensoriales más intensos de mi niñez. Probaría de nuevo algo que fácilmente tenía 13 años sin comer, y a ese
algo se le sumaban otras sensaciones: la inocencia de la infancia, los anaqueles de la botica, mi mamá con mi tía abuela, quien fungió como su madre la mayor parte de su vida.

El local ahora está en una ranchería a las afueras. Allá fuimos, con el temor de que estuviera cerrado. Le dije que por mí no importaba, habría de ir a pie hasta donde estuviera. Y cuando vimos la luz a la entrada, y las mesas de plástico, y mi mamá se estacionó y nos acercamos a la lumbre, escuchamos el chisporroteo del aceite y ambas lanzamos un gritito ante lo expectante, lo añorado.

Me comí tres órdenes casi sin respirar, y el sabor era tal como lo recordaba. Y todo volvió, como en el episodio de Proust con las magdalenas. Mi mamá miró su plato un rato, luego a doña Vicky y le dijo que esos tacos le recordaban a su tía Guadalupe Real.

Recuerdo haber escrito un cuento sobre su muerte: llevaba dos años agonizando por cáncer de mama, y mi mamá la cuidaba a diario. Yo me aparecía de pronto, casi no decía nada; me sentaba frente a su cama, ahora lo entiendo, a verla morir. También recuerdo que ese día llegué a su casona en el centro, y desde que entré al patio tuve la certeza de que estaba muerta. El episodio es similar a los cuentitos del realismo mágico: cuando entré a su cuarto, en el quicio de la puerta, vi que le quitaban los pantalones de su pijama. Creí que me había equivocado, que seguía viva después de todo, pero cuando mi mamá levantó la cara y me miró, supe que sí: estaba muerta.

Cuando digo que su influencia es literaria no lo digo porque ella me hiciera leer, o me hubiera mostrado una puerta hacia la literatura. Lo único que leía era la fecha de caducidad de sus medicinas y las revistas de viaje que le llegaban por correo. Pero su capacidad como personaje era asombrosa: todo en ella era teatral, llevado al extremo, pasado por todos los disparates. Era asombrosa, con una cualidad de malvada y mártir fundida en una sola que hasta hoy a todos nos sorprende: la forma en que la maldad y la bondad aparecían en ella de la forma más natural, sin transiciones visibles.

De todo esto no pienso seguido. Pero los tacos de doña Vicky, como reflejo de Pavlov, me trajeron esas imágenes mentales a la cabeza. El recuerdo y la sensación fueron como atravesar un portal de tiempo: ¿cómo era posible que ahora, a mis 23 años, en el año 2009, regresara tan nítidamente a una etapa de mi vida ya abandonada?

Eso me hace pensar también que, tal vez, el recuerdo habita en un lugar distinto a la mente. En un lugar más accesible, disponible a nuestra existencia, en los objetos más ordinarios. Como con los tacos de doña Vicky, de los que no volveré a separarme jamás.






26 comentarios:

Plaqueta dijo...

¡Primeraaaa! Y diré: qué grandioso y hermoso post. Y por más que lo intento no logro recordar mi equivalente a la magdalenas proustianas, ¿serían los tacos de chilorio que mi maestra de primaria vendía en el recreo? Sabe.

Aquiles Digo, antes Jordy dijo...

Comienzo a leer y noto que a mitad del post las manos me tiemblan más de lo normal. Me detengo de pronto y pienso, no, no pienso, siento. Escucho tu voz como si platicaras cual cosa y también, estoy seguro, veo tu cara sorprendida y nostálgica al recibir la noticia de que Vicky abrió de nuevo. Lo juro, el salto en el estómago fue compartido, aunque diferido en tiempo y circunstancia. Termino la lectura y, aturdido por todas las imágenes creadas, aplaudo en silencio. "Lo logró de nuevo", me digo en silencio. "¿Qué hago ahora?¿Cómo le expreso lo que siento", me pregunto. Respiro, levanto la mirada, suspiro, me observo las manos -que no han dejado de temblar- e inicio un intento de comentario. "¿Empiezo con un halago?" No, demasiadas veces ha sido así. "¿Le platico mis recuerdos de la infancia? ¿Le comparto mis emociones añejas y mis historias de días lejanos?" No, son irrelevantes, al menos por ahora. Tantas palabras rebuscadas para decir dos cosas: la primera, que la vida no es una, son muchas, cada una encapsulada en esos miles de fragmentos llamados recuerdos que, uno tras otro, le dan un hilo a la historia. La segunda, que la literatura y la magia se mezclan de vez en vez, máxime cuando una chica de mayo pero que no es tauro siente, recuerda, reflexiona y se decide a escribir. Felicitaciones. Perdona el comentario largo.

Alice dijo...

Que bonito post! Yo no tengo tacos ni magdalenas pero me pasa algo parecido con ciertos olores, uno de ellos es el olor a humedad que se impregna en la ropa que no se seco bien. Es un olor desagradable pero igual me hace viajar a otros tiempos.

Blue4 dijo...

Awww qué lindo y nostálgico post. Como todos los que te leen y leerán intenté encontrar mi caso. Mmmm había unas quesadillas y tamales que comía en mi pre-primaria Doncella de Orleans... y el olor a cloro de las albercas me recuerda cuando toda mi familia iba de vacaciones a alguna playa... Saludotes a Doña Vicky!

María dijo...

Qué bonito post! Ojalá que todas las personas cuenten con un personaje tan maravilloso y enriquecedor como Guadalupe Real y, en mi caso, mi abuela Amalia, y que algún día ya después de coleccionar manías y mañas pueda ser uno, una viejita tan coqueta!
Neta, que qué bonito.

El Agus dijo...

Lilián, me pongo de pie y aplaudo, neto que chingón post te acabas de aventar.

Anónimo dijo...

Qué post tan sincero, se le agradece.
Yo creo que el pasado sigue aquí, escondidito pero bien presente.

Saludos.

ZuGab dijo...

¡¡Es grandioso!! Me conmovio

Unicornio dijo...

Caramba... cómo hay coincidencias.

Erase una vez, en un bellísimo lugar de vastas llanuras blancas como la nieve...

...y con el $%*"+!! termómetro marcando -10°C (sí, BAJO Cero!) y todo el cuerpo (incluído el Cuerno) contracturados por el pi-pi, pi-pi... che frío (perdón, tartamudeo por las heladas), que empezamos a delirar imaginando, y extrañando horrores, el cafecito de olla que servían los abuelos en las gélidas noches montañosas por el Nevado de Toluca.

Y mira que me fui directo a Borges, antes de pasar por Proust:

"... ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán NUNCA que nos hemos ido."

Y sin embargo, la "Memoria del Cuerpo", como dice Evtuchenko, nos juega malas (pero disfrutables, eso sí!) pasadas. De modo que, no sé si el café de olla de mis ancestros sabrá si me fuí... pero jura que yo no olvidaré nunca...

Y aquí me aprovecho de la misericordia de los escribientes: ¿alguien sabrá para dónde se iría la Tortería que estaba casi frente al Palacio de Minería (donde ahora hay un "Taco Inn", creo), donde hacían las mejores tortas de pierna y cubanas ORIGINALES que haya probado en mi vida? Si alguien la ve, ¿podría decirle que los Caballitos con Cuerno la andan buscando?

Gracias por las remembranzas... y no cometas el error de los trotamundos Unicornios. ¡No vuelvas a perder esas memoriosas flautas! (O por lo menos, pide la receta, digo yo!)

Nostálgicamente (Aayyy, mi tortería azul, ayer se me perdió...!), se despide,

el Memorioso Caballito con Cuerno...
P.D. ¡Buen Provecho!

María dijo...

Hola...

Felicidades. Me gustó mucho...

En realidad disfruto mucho cuando escribes de esta manera; tienes el don de comunicarte fantásticamente a través de las letras.

Larga vida a Lilián.

Anónimo dijo...

Me encanto!! Tienes una extraordinaria manera de expresarle al lector percepciones unicas!

Feliz post! ja

Hernández dijo...

"Tal vez, el recuerdo habita en un lugar distinto a la mente…"

LLC





(Para una "Casa de Citas" apócrifa)

Uvé dijo...

Si está muy chicles tu recuerdo y hasta conmovedor

Chavaluria dijo...

Me gusto bastante, es lo bueno de recordar pequeños (o grandes) detalles de la infancia o de hace años

(:

Rafael dijo...

Ya sabes que escribes muy bien, así que no hablaré sobre ello. Sólo una precisión (es mi deber como psicólogo XD), cuando mencionas a Pavlov, no creo que el condicionamiento clásico alcance para hablar de imágenes y cosas maravillosas (tuvimos un periodo de obscurantismo muy peligroso gracias al condicionamiento). De lo poquito que he leído al respecto Sartre (El Imaginario), lo explica mucho mejor.

Saludos

Alana Farrah dijo...

Recuerdo que mi profesora favorita de la universidad me dijo una vez: alguien escribe bien o no escribe. Y tú escribes muy bien, Lilián. Anoche estaba muy emocionada al leerte, me sacaste unas lágrimas con el texto, por los recuerdos, por la alusión a Proust, pero, sobre todo, por lo bien escrito que está. Como ya te he dicho, me parece un cuento corto, con mucho estilo y autenticidad. Tal vez debí comentar inmediatamente porque todo lo que diga ahora es una extensión de lo que los demás han dicho, pero necesitaba tomar aire y repetir su lectura. Ojalá publiques pronto en letra impresa y mientras tanto, puedas entrenarte para eso en el blog. Lo disfrutamos mucho. Un gran abrazo desde Colombia.

Octopus Queque dijo...

Creo que mis magdalenas proustianas es cuando mi mamá me peinaba antes de ir a la primaria. Como que guardo un recuerdo muy lindo de ella despertándome, luego iba a cepillarme los dientes, bañarme, vestirme y luego ella llegaba, me sentaba en el banquito del tocador y me peinaba según su humor. A veces eran dos colitas, media coleta, chongo y cuando estaba muy cansada por el trabajo, me lo dejaba suelto con una diadema. Se me apachurra EL CORAZÓN. Y eso no lo quise poner en mayúsculas, pero es un gracioso error de dedo y por eso lo dejo. El recuerdo es como la piedra de sísifo inversa, la cual la va bajando uno en los hombros, es lo que siempre digo. Hoy en día -momento cursi,oh- cierto muchacho siempre le decía a mis pasadores de cierta manera, con una palabra que ya casi nadie usa. Y cada que la oigo en boca de otra persona, también se me apachurra el corazón.

Oh, amigui, el recuerdo. Qué bonito post. Y más que citas a Proust, que llegué tardísimo a su vida como para morir con él. Snif.

Ya te quiero ver! Espero fiesta pronto. Abrazos.

Unknown dijo...

Sólo por leer este post valió la pena hoy estar aquí (aquí en el mundo como tal). Me encantó y me pareció mágico verdaderamente.

Clap, clap.

abuelo dijo...

Oye dude, tú eres una de mis influencias más grandes, cuídate mucho

Mark R. dijo...

lo interesante de tu experiencia gastronomica es que después de algunos años, la comida sea y haya sido como la recordabas, y lo mas importante es la asociación a un recuerdo de tu vida. Excelente post.

Gabriela/undies dijo...

Tan bonito el texto.

Lalo dijo...

Mmmmmm.... tacos

Deni Arévalo dijo...

Es todo un placer leerla srita. No bastaba con leer el chamuco y los hijos del averno x). Saludos!

AndresG dijo...

Que es el tiempo, como lo percibimos? presente, pasado, futuro?
Posiblemente es solamente lo que tenemos en la mente.

Felicitaciones con olor a aceite de cartamo flotando en el aire y mi huarache bien cocido, con salsa roja con cebolla y costilla, preparado por dona Seve.

Por cierto, tengo que regresar a clases en chinga para la clase de ..., creo que ya termine la carrera. Te lo dire despues. Este olor, no se que me hace recordar.

Anónimo dijo...

¡Qué post tan extraordinariamente bien escrito! No hay intención de impactar, sino la sinceridad que sólo dan las auténticas ganas de decir algo.

jorge octavio dijo...

aquí está la belleza.