4 de enero de 2007

Me gusta lo impersonal




Un nuevo año. Un nuevo comienzo. Nuevas aventuras, nuevos tropiezos, nuevas desveladas, nuevos sabores. ¿Qué nos depara* el destino? ¿Cuántas caras conoceremos? ¿Qué vientos soplarán en nuestra dirección?


(pensamiento harto reflexivo que su servilleta consideró apropiado como brevísimo preludio al primer texto primero del año).


* (¿Se fijan que el verbo “deparar” sólo es comúnmente utilizado en esa oración insulsa?)


Y ahora mi primer texto primero del año:
(sin tema definido)


¡Ah! Pues me gusta lo impersonal, sí.


Lo que quiere decir que no me gusta hablar de mí misma... (mentira: hablo de mí misma tanto que hasta yo misma estoy cansada de mí misma). Corrijo: no me gusta hablar de mí misma en este blog.
(mentira también)
(me gusta mentir)
Sé que la vida blogueril se distingue por un desparramamiento considerable de filosofías personales, de detalles varios sobre el autor, de aventurillas pasadas, de anécdotas y puntos de vista. Es decir: ahora lo sé. Antes me ilusionaba sobremanera el hecho de poder expresar cuánto me gusta el Yakult y por qué pienso que Toni Collette tiene cara de risa.
.
.
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- ¿Y? (pregunta alguien)
- Y... eso. Que ahora lo sé.
- Ajá... ¿y tu punto es...?
- No... no sé.


En serio. Tenía un argumento. Pero acabo de olvidarlo. En lugar de eso, quiero contar lo que obtuve en la piñata de Año Nuevo:


- Dos paquetes de Deemint (de menta y limón)
- Una Rockaleta
- Una Tutsi-Pop.
- Tres chocolates Hershey’s miniatura, que cuidé como a mi alma.

- Un Tomy.
- Un Laposse de naranja.
- Un Bocadín.
- Un Chupirul (este me emocionó más que cualquier otro)
- Una paleta genérica (quebrada)
- Cuatro Brinquitos
- Dos paletones Corona (ya sin la cara de Chabelo, gracias a Alá)
- Un Pelón Pelo Rico.
- Los restos de una “cachetada” de chamoy que quedó incrustada en mi cabellera.
- Y unos Skwinkles que le robé a cierto niño chillón.


Después de avergonzada la familia entera con la bufanda de la tía Blanche como antifaz y medio palo de escoba que nunca pudo quebrar la maldita (¡maldita!) piñata, me dispuse a tomar mi lugar en los numerosos asientos y degustar los apetecibles manjares disponibles: pierna en salsa de tamarindo, pasta, romeritos con mole, jamón ahumado con salsa de chabacanos, dos tipos de bacalao, ensalada de frutas varias con apio, ensalada de espinacas con extrañas semillas de guarnición, hartos postres, pan quemado y vino agrio. Y, claro, en ese momento empecé a sentirme mal mal mal y pasé los primeros minutos del nuevo año en un lugar espectacular y fantástico que sin duda todos ustedes envidiarían:



El baño.




Ni los “calimochos” que preparó un tío ídem me distrajeron de mi desgracia.


¿Una premonición acaso? ¿Augurio del próximo año? ¿Veneno en los chocolates?


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¡Ah! Lo que quería decir es que me avergüenza tanto tanto tanto haber hablado tanto de mí misma a últimas fechas que me prometo a mí misma no volver a hablar de mí misma (tanto).


(uy qué ególatra)


P.D. Hermana: ya, ni estuvo tan padre. Las mismas anécdotas de siempre. Un señor que entró subrepticiamente al comedor y nos amenazó a todos con una pistola. Mi discurso en plena iglesia para explicarles que me iba, no porque sea atea a mucha honra, sino porque yo soy musulmana y sus festejos paganos me importan un bledo. Alguien encontró un anillo de oro en medio de una gelatina de zanahoria. Al fin ya-sabes-quién confesó que es gay y acto seguido se despojó de sus ropas para cantar una bella canción de Nacho Cano. Luego conversaciones aburridas y llanto al por mayor. Y la comida ni estuvo tan buena.
Una foto impersonal:

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