No. No caeré en el cliché de admitir que, desde que crecí y me convertí en una adulta (carraspeos sarcásticos como ruido de fondo), no puedo disfrutar la Navidad como antes. En todo caso, la celebración pierde un poco de su emotividad al admitir que ya no habrá regalitos de ese gordo marrano insufrible con barba de cinco años. Y eso es todo.
Mi teoría es que uno crece creyendo las sentencias pesimistas y desoladoras que las películas navideñas fomentan: al crecer se pierde el espíritu navideño. Entonces todos adoptamos ese aire resignado y magnánimo que nos otorga el hecho de poseer una credencial de elector y andamos por ahí con caras largas, miradas reflexivas y suspiros llegadores.
- ¿Qué tienes?
- Es que... es Navidad.
- ¿Y?
- Y... pues... tengo que estar... eh.. melancólico.
- Ah.
.
.
.
- ¿Chupe?
- ¡Pero por supuesto!
Lo cual es bien bonito. El Guadalupe-Reyes: ¡qué belleza!
En mi caso la Navidad me da absolutamente igual. No, esperen. Eso es tan cliché. No... Mejor: lo que para muchas personas tiene de bonito la Navidad para mí es el pan de cada día. O sea que cuando estoy en la casa materna veo a toda mi familia piripitín (de primera línea ya somos doce), comemos grandes manjares, brindamos al calor de las copas, se echa harta carrilla y al final alguien se humilla, otro sale chillando, uno más declama un poema, el otro cuenta una historia de terror y unos por allá ven una película de James Bond.
¿Por qué entonces habría de gustarme la Navidad más intensamente que cualquier otra época del año?
he aquí la foto más anaranjada que pude encontrar, donde se aprecian mi inigualable sentido del humor, mis habilidades painteras y mi alegre mueca de felicidad...
Ah, porque escuchamos discos de acetato navideños de Parchís, Frank Sinatra, los Pitufos y mi favorito: Ven a cantar la hermandad. Guau. Éxitos ochenteros de grandes e irrepetibles artistas como Tatiana (Jingle Bells), Daniela Romo (Blanca Navidad), Arianna (El niño del Tambor), Hernaldo (Los campanilleros), Oscar Athie (La marimorena), Denise de Kalafe (Arre Borriguito), Yuri (Campana sobre campana), Mijares (Adeste fideles), Pandora (Los peces en el río) y La Hermandad (Ven a cantar).
Una joya.
Aunque supongo que mi maldita credencial de elector empieza a lanzar su maligno influjo. Descubrí que ya no me emociono tanto escuchando ese disco, que adquirimos en un Gigante de La Viga en 1992. Me gustaba mucho mirar la portada: todos los aludidos vestidos de blanco y con bufandas en colores rojo, azul y verde. Pero como no falta el frijolito en el arroz, la muy rebelde y punk de Tatiana usaba una sudadera gris metálico. Ridícula.
No. En serio. Es mi disco favorito del mundo y del universo. Emi me hizo tan feliz a mis escasos 6 años...
Y lo mejor de la Navidad fue el recalentado. Y el hecho de que al fin nadie se lastimara con el arbolito, que este año no tuvo esferas pero sí harta nieve artificial y unos arreglos minimalistas y espectaculares hechos con limpiapipas. Aunque tengo que decir que esta Nochebuena mi actuación fue poco menos que lamentable: según el vox populi, no “levanté un dedo” en la preparación de la cena (lo cual no debería sorprenderlos, cuando yo quemo el agua y tengo menos sazón que un simio entrenado) y antes del merequetengue anduve muy concentrada en sir Ian Fleming. Pero ¡ah! luego los divertí con mi interpretación de una piraña asesina, de eso no pueden quejarse.
¡Felices crudas a todos!
P.D. Qué bueno es Casino Royale, el libro. Y Goldfinger y Los Diamantes son Eternos. Próximamente una disertación muy profesional acerca de las diferencias primordiales entre la última película de Bond y el libro (que fue el primero). Wujú.
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