16 de febrero de 2006

En el capítulo anterior, nuestra narradora relató las vicisitudes de nueve enardecidos seguidores de aquella banda gótica y finlandesa (finlandesa, ante todo), HIM. Después de encontrarse con uno de los integrantes (el inigualable Migè Amour, bajista y bufón oficial de la agrupación) en el simpatiquísimo café-bar Karicias, nuestros personajos centrales se dirigen al ansiado segundo concierto de HIM en México, un domingo por la tarde en el forito musical Salón 21.


(Segunda parte de una primera que fue beligerantemente cortada de tajo por los siniestros y poco escrupulosos dueños de la plataforma -odiadísima- de Blog punto com)


El Segundo Concierto


No es imposible suspender el tiempo y convertir los diez metros que te separan de la tarima en el aleph a través del cual miras el mundo entero. Cada esquina, cada café parisiense, cada selva lacandona, cada páramo ártico y playa inexplorada y ciudad gris y cada persona, cada deseo particular y a veces incómodo y a veces cumplido, como el de hoy. No es imposible que la vida quepa en una superficie tan reducida y oscura, y sin embargo, capaz de encerrar todos los puntos del mundo en uno solo, disponible y tan cerca. Cerca, porque me aferraba a la valla y observaba entre el gentío sus figuras de nuevo encumbradas y por ello adoradas. Es un placer darse el gusto de disfrutar un concierto sin esperar nada a cambio. Quizás porque no te importa, quizás porque la noche anterior ya sufriste lo necesario. Ahora puedes abandonarte a la llana contemplación del espectáculo sencillo y estruendoso de la música y los momentos y los codazos y los murmullos y el hecho de hablar con un extraño y decirle “¡conocí a Migè!”, mientras te mira extrañado y se pregunta por qué le dices esa clase de cosas. Pues eso. No esperar nada. La clave para encontrar un aleph en el sitio más inverosímil del planeta.




Ahora sabía por qué anoche había perdido el aliento y la voz y la energía necesaria para gritarle las canciones en el oído a una tipa que me mira con desdén, incómoda por recibir en su cuerpo frágil y enclenque los catorrazos de otros furibundos que, como yo, se lanzan sin conciencia hacia el vacío. Es el cigarro.



El enemigo silencioso que en una tarde me roba el ímpetu para martirizar las cuerdas bucales. Es el cigarro, enemigo menospreciado al que no profeso más que franca indiferencia. Lo aspiro si me lo entregan, pero es usual que en lugar de ello lo rechace tajantemente. ¿Por qué, si conozco de mis facultades interpretativas (deficientes), lo acepto como si su presencia no hiciera más que ejercitar los labios y los dedos? Pero hoy me alejé de él y del imborrable recuerdo de que por su culpa yo tema a diario de muerte y cáncer y enfermedad. Y canté. Canté con los pulmones lozanos y frescos, libres de su maldita nicotina. Canté, no porque supiera lo que vendría, sino porque me provocaba cantar y cantar, aún a costa de la visible desgracia de los que me rodeaban. Permanecí consciente de mi entorno, del foro vestido de negro y repentinamente iluminado, de los rítmicos gritos que seguían la voz de Ville, ahogada por nuestros cánticos grotescos. Lo miré en perspectiva. De pronto recordé que había conquistado el sueño de mi adolescencia y que verlos en vivo escribía el transcurso de la vida en un capítulo diferente, ¿pero qué páginas tremebundas e insoportables me aguardarían?




Reconozco que cuatro años merman la impostergable necesidad de mirar lo que esa noche miré y escuché. No he comprendido si fue mejor así o, en efecto, llegaron muy tarde (aunque no demasiado tarde). Supongo que después de haber descubierto lo que para entonces me era inexplicable dotó las circunstancias de un inevitable matiz grisáceo y poco divertido. Tampoco es que pudiera rechazar la oferta de ver cumplido mi deseo de juventud. Cuatro años y al fin estoy aquí. Qué indescifrable es la vida. Nunca pensé que pudiera ser posible vivir las experiencias a destiempo: perder los dientes en la senilidad, abandonar la inocencia en la niñez, despreciar la vida en la juventud... ver a HIM hoy, cuando acaso he abandonado por completo la fascinación por su muerte y su tumba y su sacramento fiel y duradero. Me convertí en uno de esos ateos incongruentes que se persignan antes de tomar carretera. Ya no puedo creerme eso de que resucitaría a cambio de un veneno, pero cómo he aceptado este designio de ser hereje y permanecer ahí, siempre a su lado. Siempre buscando las llagas que no encuentro en otros parajes. Desde el principio he sido fiel al clérigo apócrifo que es Ville, cuyas historias ya no encuentro coherentes, pero aún adictivas e indispensables. Ya ni siquiera deseo librarme del peso de explicar por qué me gustan y por qué planeo profesar más insana devoción durante los océanos del tiempo. Y es que, como todo aquello que desvía el camino por la ruta verdadera, ellos me hicieron descubrir lo que incluso hoy veo como la revelación absoluta. No concebiría una vida sin ellos, sin la certeza de que hay un suelo que me espera, que es lo más lejos que podría encontrar dadas las circunstancias, que nada de lo que sé me servirá allá. Que por ellos tuve el privilegio de conocer lo que no sabía, de mirar la cara de quien me parecía improbable o inexistente, descubrir tierras diferentes a la mía y observar en sus castillos y sus puentes y sus paisajes las auroras boreales que nunca veré aquí. Porque me recuerdan a

la Navidad , que no es más que ese recuerdo abstracto de lo que solía significar la felicidad absoluta y la creencia de lo increíble, de lo más puro y bello y ajeno a lo humano.






Me dejé llevar con la noche. Aún conservaba mis expectativas anteriores (encontrar a Helena, avanzar un metro más, alcanzar el escenario), pero ya me parecían asuntos aplazables y hasta probables si les daba tiempo de madurar. Escuché a Ville decir en ese inglés grave y cavernoso que escuchó quejas y reclamos por haber omitido por completo al Deep Shadows & Brilliant Highlights. Y tocaron Heartache Every Moment e In Joy & Sorrow, complaciendo a quienes no encontramos ese álbum tan deficiente y maleable. De hecho lo escucho y me miro de nuevo acostada en mi cama, sufriendo irracionalmente y pensando que no había poema que describiera mejor la desolación del que no ha visto más allá de su nariz y por eso lo encuentra todo tan trágico y deprimente.


In joy and sorrow my home's in your arms
in world so hollow
it is breaking my heart






Complacieron. Es la palabra adecuada. Soltaron un poco las ataduras del guión y dejaron que la intuición los guiara. Miles de gargantas los recibieron y creo que ahora eran las legítimas, las que no podían darse el gusto de derrochar en un caprichito y si estaban allí era porque ahí es donde debían estar. Y HIM lo comprendió, tocando para ellos, para las memorias que no mueren, que no abandonan, que no dejan pasar los años sin su presencia. Tres años después y, a pesar de las eventualidades, siguen ahí. Fieles. Porque esperaríamos tres siglos por verlos de nuevo, por regresar al Salón 21 y celebrar el eterno día de muertos con ellos. Vi rostros conocidos de nuevo: el darkie con pupilente izquierdo completamente blanco, la rubia de medias rayadas (había cambiado la combinación: hoy era morado y negro), los amigos graduados de secundaria apenas y dispuestos a ganar la bataca hoy; los meseros, el barman, la señora tejedora (a cuyo costado yace una Coca-Cola irresistiblísima), la mujer del baño, la mujer de la esquina, la mujer de la entrada y los hombres, cientos de hombres. Regresaron. Descubro que millares regresaron. Hemos sido enganchados por la seducción de una sola noche que prometió el cielo y nos regaló el universo. Porque entras a la secta y ya no hay modo de escapar.






Admiré mejor las facciones de todos ellos, mortales que no tenían más de una hora bebiendo cerveza en backstage y salían a tocar música, hacer lo suyo, impresionarnos con su oficio. Después regresarían al hotel quizás, beberían vino o licor barato y dormirían con la impresión de que ése había sido un día bastante aceptable e incluso poco rutinario (al fin Latinoamérica después de tres años y no sólo eso: México y sus mariachis y sus venganzas de Moctezuma). Pensarían que es bueno tocar en una banda y tener la oportunidad de estar cada noche frente a miles de rostros que los miran con arrebato. Que la comida estuvo bien, que quizás mañana se levantarían temprano y el trayecto al aeropuerto sería eterno y el vuelo sería cansado y tedioso. Que Finlandia no es el fin del mundo, sino lo que ellos suelen llamar hogar.




Pero no puedo recordar la cara de todos los que estuvimos ahí y seguramente no nos iríamos a la cama pensando que había sido un buen día, que mañana continuaríamos con nuestra rutina del modo más ordinario, que en un mes todo serían atisbos de una noche alocada y un concierto estupendo. No puedo aceptar que todos saldremos al frío de la noche y caminaremos entre los puestos y elegiremos nuestro próximo destino, y regresaremos a nuestras casas y ahí, acostados en la penumbra, pensaremos que estuvo bien. No puede ser. Porque algunos apartaremos esa noche de entre miles y seremos lo suficientemente meticulosos como para dedicarle casi treinta cuartillas al suceso... y aún pensaremos que no es suficiente.







Y encontré a Helena. Después terminó todo, coreamos Solitary Man (una agradable sorpresa) e intuimos que la rapidez con que empalmaban cada canción con la siguiente no podría significar sino más de veinte canciones en un periodo corto y ágil. Prendieron las luces y me sentí feliz, aunque siempre suelo desear más. Comprendí que había sido suficiente mirar a Migè de nuevo (la misma camiseta y los mismos pantalones gastados, la misma mueca y entrega en el escenario; la sensación de que un lazo invisible nos unía a él y que daría suficiente como para escribir libros enteros sobre ello), corear las mismas canciones que ayer y las nuevas que no esperaba, estar al pendiente de cada detalle y cada cambio, y observarlos a ellos y ahora sentirlos como mis prójimos y Dios dice que debo amarlos y por eso los amo. Se prendieron las luces y me paseé por el lugar, reparando en la duela brillante, en la alfombra azul índigo que de seguro debió amortiguar miles de caídas, en las luces neón y el bar, en el sitio que ahora conocía más y sin dejar pasar intervalos de meses entre cada visita, sino 24 sosas horas, en las que viviría de todo.




Encontré a Jorge y Fanny y caminamos hacia la salida. Me retrasé inclinada por algún misterioso motivo y dos tipos se me acercaron y me preguntaron por qué había durado tan poco el concierto. Les expliqué que había empezado a las siete en punto y que en total habría sido una hora y media, poco más. Se miraron extrañados: habían llegado muy tarde al salón, en medio de Join Me in Death, que debió ser la quinta o sexta canción del repertorio. Recordé a las Norteñitas con sus desperdiciados Privilegios: nadie puede negarte la entrada al recinto a la hora que se te antoje; al fin y al cabo no es una obra de teatro. Pudieron estar incluso más cerca que nosotros de los HIM y en cambio prefirieron ahogar las horas formadas en una fila kilométrica. El destino es curioso. ¿Creo en las coincidencias? No estoy segura, pero de no haber sido por esos dos tipos, jamás habría visto a Helena. Al hablar con ellos permanecí unos minutos más en el recinto (minutos decisivos) y al buscar con la mirada a Fanny y Jorge –que ya merodeaban por los puestos, afuera– reconocí de pronto una cara que me pareció familiar. No era Helena, sino Alejandro, su compañero de conciertos y miembro honorario del consabido HIMclub. No sé como lo reconocí: quizás porque semanas antes había observado fotos de ellos posando con los de 69 Eyes (finlandeses como debieron ser) mientras leía reseñas del Live & Louder Rock Fezt en el sitio de internet mencionado. Así que me acerqué, un poco incrédula al principio. Pero reconocí sus ojos grises y una cierta perspectiva en tercera dimensión de lo que antes sólo eran imágenes digitales en mi computadora.


- ¿Helena? –pregunté, entre entusiasta y temerosa.


Me miró asombrada.


- Lilián. Soy Lilián, del HIMclub.


Sus enormes ojos se abrieron en una clara señal de reconocimiento. Y así fue.



Lo demás fue hablar de la casualidad de habernos encontrado de entre tanta gente, de cómo había logrado reconocerla, de cuántos días llevaba en el D.F. a causa de un congreso. Y luego vino la parte sombría: comentaron que a ambos les había parecido mediocre y decepcionante el concierto: el sonido fue pésimo y la voz de Ville no se escuchó en lo absoluto. Ambos tuvieron la suerte de asistir al Festival Oscuro en el 2002 (donde se conocieron) y por lo tanto contaban con un parámetro fiable para juzgar el concierto de esa noche. No quise creer lo que escuchaba. A mí me pareció genial, pero supongo que sus opiniones contaban con suficiente sustento. Fue extraño, dijeron y recuerdo haber pensado que, en efecto, lo había sido. Porque quizás de haberlos visto en el 2002 habría consagrado mi vida al culto de la oscuridad y la sangre y el dolor, y en cambio hoy sólo me alegraba por verlos al fin, a mis casi veinte años. Pero fue bueno, después de todo. Ambos estuvieron en fila cero y no podían creer la cercanía con ellos (para Helena, la cuarta vez en tres años). La aventura con Migè fue también tema vasto de conversación e incluso una inminente invitación a imitar nuestras acechadoras acciones. Luego conocí a sus amigos poblanos, escribió su número telefónico en mi brazo y prometimos encontrarnos pronto. El fin.

Helena----> ¿Quién conoció a Ville Valo?








Hay una razón detrás de todo, según las probabilidades. No podría afirmar cabalmente lo anterior, pero la sucesión de los hechos de ese fin de semana me hace creer que incluso las decisiones nimias fueron cruciales en la acomodación de las cartas astrales y el destino y el azar y -ante todo- la suerte. A la salida nos encontramos con Edgar y Alejandro, que habían logrado obtener imágenes inigualables de la van que los transportaba, a todos ellos. A HIM. Habían estado tan cerca como nosotros y en las pruebas se apoyaban. Nos mirábamos con estupefacción y chocábamos las palmas felices y escépticos de haberlo logrado. Nos topamos con otros paisanos que habían logrado atrapar una colilla del cigarro de Ville, un pedazo de las decenas de latas de Red Bull que se bebió durante ambos conciertos, una uñilla, cualquier baratija que sirviera de recuerdo y trofeo. Pero no podía ver eso: en su lugar observaba la sonrisa geométrica de Migè y sus ojos azules y enormes. No lograba recordar la conversación en su totalidad (no lo haría sino hasta días después), pero sabía de manera intuitiva que había sido cabronamente genial. Y sólo eso sabía. Éso y el descaro que tanto Jorge como yo tuvimos de comprarnos una playera y malgastar el dinero que debía ser para el señor de la van, quien para entonces ya nos esperaba frente al antro gay y nos preguntaba contento sobre nuestra noche. No teníamos las agallas para explicarle la situación, pero pronto no tendríamos opción alguna.



+=tesoro



En pleno Periférico solicitó amablemente el resto del dinero y sentimos todos las vísceras contraerse. Se detuvo en un Oxxo y todos bajaron de un brinco, quedándonos sólo Jorge y yo con el peso encima. Lo abordamos de la forma más natural y explicamos que teníamos en mente llevar dieciséis individuos al concierto desde un principio, y no sólo los ocho que quedábamos. Las matemáticas (milagrosamente) no mentían: el dinero faltante correspondía a los ocho pasajeros fantasma. Lucíamos auténticamente preocupados y el Ñor de

la Van
comprendió ecuánimemente nuestra situación, recomendándonos prevenir incidentes como ése en el futuro. Aceptó esperar la suma acordada y sonrió indulgente: en ese momento se convirtió en nuestro héroe. Él pagaría de su propio bolsillo las casetas y la gasolina faltante. Luego hablé con él sobre mi pueblo, los quesos típicos, los Bárcena y otras familias y después dijo que si quería comprar algo en el Oxxo, me sintiera libre. En realidad no tenía un peso en el bolsillo, pero acepté la oferta. Adentro esperaban todos sentados a la mesa y compartiendo una Coca-Cola de lata (de la que, como ellos, también eché mano). Compré unos chicles y, antes de salir, advertí una pila de periódicos en una mesa. Me acerqué sigilosamente y revolví el suplemento de espectáculos del Reforma. Y ahí, en alguna plana interior, lucía discreta una nota sobre
HIM y la entrevista llevada a cabo desde “conocido hotel de Polanco”. Así que no mentían: las decenas de fanáticos reunidas a las afueras del Presidente se habían apoyado en información facilona y accesible. Pero triunfamos. Nos apoyamos en mis suposiciones facilonas y susceptibles al fracaso... y triunfamos. Ya nada diría el Reforma que no supiéramos.








El regreso fue surreal, como todo lo extraordinario que termina en pausa y vaguedad. Después de breves conversaciones acerca de lo ocurrido y haber contemplado cada quien su instantánea con Migè, nos entregamos todos a un incómodo y pesado sueño. La cabeza recargada en el hombro de Samael y el silbido monótono de las llantas contra el asfalto, pensé entre sueños que había sido un fin de semana excepcional. ¿Cuánto faltaría para llegar a Finlandia? Y comer karjalan piirakat en el día nacional de la bandera, y rechazar las charlas triviales si no es a través de un Nokia típicamente originario de Nokia, a no más de cincuenta kilómetros de Tampere. Y bañarse en un sauna, con la vergüenza y pudor del extranjero que no puede desnudarse frente a los demás. Y tomar vodka a media mañana, preguntándose qué tiene este país de sorprendente que incluso su idioma se antoja volátil y extrañísimo, pero hermoso. Me descubro pensando en Finlandia con bastante frecuencia, imaginando una vida entre los lagos y las ciudades de arquitecturas encontradas: minimalista y rusa y neoclásica y no menos gótica en ciertas esquinas. Debe ser el castellano para Suomen Tasavalta (o el nombre corto, Suomi), que en la raíz misma indica el absoluto fin del mundo. Fin-landia. Ahí debe encontrarse el límite de los continentes y la frontera con lo metafísico: no debe ser mentira, dado el paisaje irreal de imperecedera nieve blanca y un cielo blanco que, en lo profundo de Laponia, permanece iluminado por seis meses consecutivos. Ahí deben habitar los dioses helados, los descendientes de Odín y de Jord y de Thor y de Frigg, los milagros ocultos que en el trópico no conocemos, el vértice del polo y un punto preciso en que, a donde quiera que mires, sólo verás el sur...





La catedral Luterana, el mercado principal y algunos edificios de la calle Pohjoisesplanadi





calle habitual en el centro de Helsinki




el típico sauna es completamente desnudo



Y de nuevo caminamos por las estrechas calles del centro histórico de Querétaro, en plena madrugada y después de haber abrazado a nuestros compañeros de viaje y haber prometido un reencuentro, sonrientes y exhaustos y felices, increíblemente felices. Atrás del Cineteatro Rosalío Solano comenzó el final de la aventura: los hechos se convierten en memorias recientes y sólo queda la remembranza, el escepticismo, las palabras entrecortadas que repiten, amilanadas por el frío, “¡conocimos a Migè!”. Y darse cuenta que por fin vimos a His Infernal Majesty: un plan fraguado años atrás, pero impedido por las circunstancias adversas de la vida: en un fin de semana casual se materializó, como el repentino descubrimiento de una mariposa recién despedida de su condición de gusano. Y el gusano duró años.


Pero acaso las dos noches significaron más. Migè fue el primero de cuya voz comprobé la gravedad del idioma, pero las decenas de voces ahogadas por las letras aún permanecen confinadas en sus murallas de papel. ¿Finlandia aguarda? Sólo HIM lo sabe...






Aclaraciones Oportunas:



· El relato ha sido editado por razones tanto literarias como culturales. Toda historia verdadera se convierte en ficción, una vez traspasada la línea del recuerdo y la construcción puntual de los hechos. ¿He ocultado detalles? Desde luego que sí, como toda narración basada en un hecho real...


· En realidad Migè no tomaba Heineken, sino Canada Dry. Producto de la confusión y la memoria subliminal, he colocado en sus labios una bebida que me parece mucho más categórica y rockera que un refresquito sabor petulante Ginger-Ale.


Migè prefiere



· Reforma no es un periodiquete de segunda, como he afirmado en oraciones anteriores. El epíteto surgió del colérico sentimiento que devino como reacción lógica a lo que me pareció una afrenta personal: el suplemento Gente! puede escapar campechanamente de la opinión que yo mantengo del Reforma: un periódico respetable que leo a diario.

Lilián prefiere


Bueno, en realidad prefiere




· El Presidente Intercontinental ha perdido cierto prestigio a causa de un incidente evidentemente homofóbico suscitado en Los Cabos, Baja California. De saberlo, ¿habrían permitido que el (aunque casado en ritual sui generis) sexualmente ambiguo Ville Valo se hospedara en su hotelito de moral intachable?

Los gays no prefieren






  • El pasado domingo 29 de enero, Tarja Halonen, presidenta por el Partido Social Demócracta de Izquierda, fue reelegida para gobernar por seis años más en Finlandia. El candidato conservador, Sauli Niinisto, no pudo aguantarse las ganas de mentarle su madre a la flamante Presidenta de la Nación. Ni modines: nadie quiere a los losers.



Finlandia prefiere


nadie quiere al



  • En caso de que alguien se lo preguntara, los verdaderos nombres de los cinco finlandeses más extraordinarios (según yo y a excepción dada, naturalmente, de Mika Waltari) son:

  • Ville Hermanni Valo

  • Mikko Paananen (Migè Amour)

  • Mikko Lindström (Linde)

  • Mika Karppinen (Gas Lipstick)

  • Janne Puurtinen (Emerson Burton)


Conclusión: Mika y Mikko son como el Juanito y el Pepito de este lado del charco...


Todo el mundo adora a Mika Waltari



  • Nadie hubiera pensado que este lindo niñito: terminaría convertido en este hombre:




  • La afortunada Joanna:

  • Aunque a ver si ella le limpia el depa:




  • Sí, Juliette Lewis participó como la modelo del video Buried Alive by Love. El director fue el pelele que observan a la derecha: Y la bebida que los mantuvo despiertos durante el rodeaje fue (sí, adivinaron):




  • Insisto en que deberían buscarse una mejor clase de amigos. Alguien de su altura, vaya...


el tipo que canta en The Bloodhound Gang


o copias al carbón...


¿algo así?


Porque en HIM hay amor. Harto.




  • Natural en el individuo es despreciar a los esperpentos que, a simple vista, parecen (y, por ende, constituyen) el cáncer de la sociedad:




  • Fotografías de su visita a las pirámides de Teotihuacán, tres años atrás:¡Y ajúa!





  • Agradecimientos Generales: a todos los implicados en la aventura (Fanny, Jorge, Kurt, Hilda, Samael, Janet, Edgar, Alejandro y el Ñor de la van), a las hospitalarias señoritas que nos brindaron alojo (Yeca, Gina y Diana), a Helena y Alex por la casualidad de habernos encontrado entre tanta gente, a las personas con quienes departí durante el fin de semana y cuyos rostros -aunque olvide sus nombres, quizás- permanecerán siempre vivos en mi memoria (ay sí), a Sanya del HIMclub, a Paulina Méndez, a todos los que contribuyeron con imágenes para la realización de este colosal tratado, a George Lucas por haber creado Star Wars, a m familia y amigos por su admirable paciencia, a Alá por permitirme ser politeísta seguidora de sus enseñanzas y a los sujetos de HIM: sin ustedes no hubiera sido posible (y lo digo literalmente).




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