22 de enero de 2009

Los días ordinarios siempre son los mejores días


Odio los días optimistas en que todo me sale bien: el portero me saluda, el mesero de la fonda me saluda, la señora de las garnachas me saluda, todo mundo me saluda. Odio esos días en que hay buen clima, no tengo prisa, limpié el piso de mi depto, el café me salió bien, me
levanté temprano, no me duele el estómago, todo parece benigno y feliz. Odio esos días porque siempre hay una amenaza latente, oculta, cargada de infortunios y rachas malísimas. Odio esos días porque me da mucha ansiedad, siento un mariposeo incómodo y absurdo, pienso que la felicidad es tangible y en el camino me reprendo por caer tan bajo.

Tampoco es que me gusten mucho los días desafortunados. Soy una marica. En tales situaciones, cuando todo me sale irremediablemente mal, me victimizo pensando que tengo la peor suerte del mundo y que estoy pagando karmas tardíos y que me lo merezco por actuar tan mal y se
r tan vil y oh, la vida es cruel, y yo sólo soy una pobre muchacha sin las fuerzas necesarias para afrontar su doloroso destino.

Prefiero los días como hoy, agridulces. Plagados de anécdotas mínimas, que configuran una futura rutina: me levanté tarde, pero el café me salió bien. El portero me saludó, pero un policía en el Sumesa me trató con malos modos (al que respondí con la ira ardiente de mi mirada). Caminé mucho, pero por mis calles favoritas de la Roma. Conocí la Ciudadela, nunca había ido, y nos compramos ropa usada. Me gusta la ropa usada.

No dormí nada hace dos d
ías. Me fui en vivo a una editorial a entregar 200 cuartillas de un libro de cocina que estoy corrigiendo (¡ahora sé todo sobre cómo colocar molletones, doblar servilletas en forma de cisne, catar vinos jóvenes y los géneros de lechugas que hay!) y en el camino de regreso, en el metrobús, me iba durmiendo. Tres mozalbetes universitarios me iban despertando con sus carcajadas, y oía que entre dientes decían: "mira, ya la despertaste". Tontos.

Ayer estuve como zombie, fue tan extraño. No entendía ni quién era, pero fui a pagar mi luz (¡la luz que ni siquiera debo!), tuve que ir al cajero, mi torta de tamal se aplastó, pude haber muerto en medio de un sueño atroz a media avenida, dormí toda la tarde y desperté con fiebre. Todo se sentía e
xtraño, ajeno y luego comprendí que el quid de mi vida misma había estado en una conversación por Skype. Uooooh.

Tal estado de sonambulismo hizo que casi dejara mi tarjeta metida en un cajero del Sumesa. Y mi bolsa ahí al lado. Y que estuviera a punto de irme sin imaginar que nada raro ocurría, hasta que una buena samaritana me advirtió de la tarjeta. Y que al ir por ella, viera la bolsa a un lado. Mi distracción ha rebasado toda lógica.

La parte realmente linda del día de hoy es cu
ando tomé un taxi rumbo a mi casa. La diseñadora de El Chamuco, quien es una gran camarada, me dijo que tomara uno de sitio pero yo dije: nel y me subí al primero que pasó.

El taxista empezó con la frase de rigor que casi siempre escucho cuando abordo un taxi en la noche: "¿Ya a descansar, señorita?". Ppfff. Impresióname con un: "¿Ya a fiestear, muchacha?" O algo así de impres
ionante. Le contesté que sí con tal indiferencia, tal modorrez, tal hueva en la voz, que el taxista me REMEDÓ. Le medio expliqué que a descansar-descansar, lo que se dice descansar, pues naranjas. Me preguntó qué hacía. Le dije. Me preguntó en dónde. Le dije. Después me dijo que qué padre, que a él le encantaba El Chamuco, que esos 'chavos' (sic) se pasan, cómo no les hacen nada, qué padre, no sabe señorita, no sabe. Que le encantó una portada de Hernández que va más o menos así:



Y mientras llegábamos a mi calle, el taxista progresivamente se ponía más y más emocionado. Como si estuviera hablando con Tongolele o con, no sé, el tipo que le escogió el traje ayer a Obama. Y me decía "qué gusto, señorita, qué gusto que se subió a mi taxi, dígales que los admiro mucho, ay, no sabe". Y yo pensaba que ojalá pronto llegáramos a mi calle porque cu cú. No cierto. Total, me dio su nombre y le prometí que le pondría saluditos. Francisco Aguilar: hoy tu vida tuvo sentido. O no.

Pero fue lindo. Y raro. Y prefiero los días con depresión latente, pero invisible al fin y al cabo. En cualquier caso, es mejor que la ansiedad propia de cuando "todo sale bien".







12 comentarios:

Luis Frost dijo...

la verdad es que yo he evitado hacerte preguntas referentes al chamuco porque acabaría exactamente igual al taxista

Lilián dijo...

Pero te salió gratis la dejada? sino que chiste!

Pelo dijo...

Excelentísimo post. Me alegra haber encontrado tu blog.

"Francisco Aguilar: hoy tu vida tuvo sentido."


Jajajajaja

Uvé dijo...

Bipolar

Anónimo dijo...

Así que no te gusta ni lo uno...ni lo otro, vaya. Me recuerdas a una amiga que un día me dijo: Si yo me conociera me caería mal.

«danito» dijo...

O si tuviera que pasar todo el dia conmigo que chinga! no me soportaria


Que buen dia, solo asi se puede apreciar lo bueno. ¿o no?

L Daniel Trejo dijo...

Jajaja coincio... Dése una vuelta por acá odiadora de oximoronsones haha (nunca habia invitado a otro bloger, creo) Saludos

L Daniel Trejo dijo...

Y tiene razón Pelo con ese jajajaj

DaViD CaNo dijo...

Chale, yo sólo sé que muy a pesar de que los días sean calidos o nublados, a veces necesito vacaciones de mí mismo...

Saludos desde la sultana del nortí

Vanessa C. dijo...

Mientras no te cague un pajaro, ni te roben en la calle, los días son buenos.

Gabriela/undies dijo...

Odio que los taxistas quieran hacer plática, sobre todo cuando insisten en decir babosadas aún cuando ven que traigo puestos los audífonos y claramente no quiero escucharlos. Necios.

Snk dijo...

Hola, que bueno esta tu blog. Es la primera vez que entro y vaya que me gusta tu sentido del humor asi todo raro jeje.

Oye y que es el chamuco?