5 de marzo de 2007

De por qué los estilistas y los peluqueros deberían asistir a clases de matemáticas avanzadas en el infierno

Me hicieron un corte de cabello fatal. Este detalle íntimo y personal no debería ser compartido tan a la ligera, pero tomaré el riesgo.

Lo repetiré:
Me hicieron un corte de cabello fatal.

Tan fatal que tuve que llegar a mis sagrados aposentos y arreglarlo a punta de tijeretazos arbitrarios aquí y allá, con lo que resultó un corte de cabello no fatal, pero sí horroroso.

Sólo me consuela la certeza de que mi cabello es harto moldeable y que pronto se adaptará a esta forma caprichosa de lucir... Algún día.

Mi alegato va contra los estúpidos estilistas y peluqueros, que siempre terminan haciendo su santa voluntad cuando de cortar las greñas se trata. ¿Por qué, por ejemplo, si pides que te recorten las puntas un centímetro terminan llevándose más del 44% del total de tu cabellera? ¿Por qué la tipa idiota que me tocó a mí, al explicarle que lo quería en capas como ya otro estilista de renombre lo había hecho (aunque ese fue un accidente afortunado, porque lo pedí a navajazos y el babas me lo hizo con unas tijeritas curiosas que tenían un peine adherido: gran babas el babas aquel), me lo dejó casi parejo? Entonces, cuando me lo mostró, aún amablemente tuve la paciencia de explicarle que las capas consisten en porciones de cabello más largas que otras. Así que tomé una porción y le dije, aún con un tono amable, “deseo, oh amable señorita de mirada rubicunda, que esta capa sea más corta que la anterior”. Acto seguido: la muy idiota cortó al menos cinco centímetros de mi oh amada, amada cabellera.

Y todo se fue al carajo.

Cuando descubrí la infamia, la miré con los ojos desorbitados y balbuceé un “déjelo así”. Me quité la bata con tal brusquedad que la concurrencia se revolvió en sus asientos incómoda y mientras tanto me levanté y arrojé el dinero al piso. Luego me miré por una última vez en el espejo y tuve el vago impulso de llorar, pero me contuve. Después salí envuelta en lágrimas.

Ahora mi cabeza luce más o menos así:


La primera capa, que quedó cortísima, no atiende a las leyes de gravedad y por lo tanto se esponja y arremolina a una altura superior a mis dos orejas. La segunda capa, considerablemente más larga, al no encontrar más cabello para rizarse armoniosamente, cae sin ningún sentido por donde le place, además sin enchinarse.

Lo cual me hace lucir mucho mejor que Adolfo Ángel El Temerario o el mismísimo Buki.

Soy genial.

P.D. Pero no todos los estilistas están del nabo. Yo conozco a una, con la que me trato de a ¿quihubo, loco, que la trae por acá? y, según sé, sus cortes de cabello son lo más modernos y rockerísimos y rudos que existen... Pero aún no tengo la fortuna de comprobarlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace unos meses a mi chica se le ocurrió cortarme el cabello y el resultado fue muy similar, jeje. Ni modo, las cosas que hace uno cuando anda clavado con alguien.

Me gustó mucho tu blog, ojalá pases a visitar el mío alguna vez y me dejes tu opinión. Sigue así, está fregón tu trabajo.

Saludos de panda de martes madrugador.

-.:::.- Yosh -.:::.-

PD.- ¡El cabello crece!

Don Rul dijo...

Afortunadamente tarde o temprano el cabello crecerá y estarás en condiciones de ir con otro estilista que muy probablemente te lo dejará peor. Repetirás este proceso indefinidamente hasta que un día te verás en el espejo y descubrirás que tienes una décima parte del cabello que tenías cuando eras joven y desearás con todas tus fuerzas poder regresar al momento en que un estúpido peluquero te dejó fatal, y a pesar de eso seguías siendo joven y guapa. Desafortunadamente la filosofía zen es poco útil en circunstancias como estas, así que confórmate con saber que la vida apesta.
Saludos.