4 de febrero de 2009

Un año


Hace un año, mi amiga Araceli estaba en mi casa -la de mis papás, en el pueblo. Era domingo por la noche. La fui a acompañar a su calle. Cuando salimos, un tío estaba estacionándose afuera. Venía agitado. Había manejado más de 100 kilómetros en media hora.

En el instante, supe que algo había pasado. Me despedí de Araceli a la puerta de su casa y regresé corriendo. Cuando entré, mi tío y su hija estaban sentados en la sala, en silencio. Pregunté qué pasaba.

- Tu tío, Genaro. Murió.

Las piernas me temblaron. Corrí al estudio. Ahí estaba mi papá, de pie, mirando sus libros con un gesto indescifrable en el rostro. Su único hermano de sangre, a quien él adoraba y a quien solía proteger con la fortaleza propia de los hijos huérfanos, no sólo había muerto: había sido asesinado en su propio negocio. No fue un asalto común: fue un asesinato imprudencial, una casualidad funesta, un acto exento de motivaciones y por ello más terrible y doloroso.

Lo abracé. Estaba engarrotado. Sólo recuerdo que me dijo, con su voz templada, "estoy bien, hija".

Llegamos a Guadalajara en la madrugada. En casa de mi tío, mi primo Alex nos abrió la puerta. Ese fue el segundo momento más triste de mi vida: mi primo adolescente, el que yo más quiero de entre todos, estaba pálido y lloraba, no con tristeza, sino con rabia.

El momento más triste de mi vida ocurrió una hora más tarde, mientras estábamos sentados en la mesa. Mi papá rompió en llanto de la nada. Nunca lo había visto llorar, en más de veinte años. Nunca lo había visto destrozado. Ahí comprendí que una parte de mi papá, una de las más importantes, había muerto. Se había fracturado indefectiblemente, lo había abandonado y a partir de ahí empezaba su verdadero trayecto como huérfano.

Me gusta recordar a mi tío como un segundo padre, uno más atrevido y decididamente más resuelto que el mío. Más irresponsable, a veces, más cínico e involuntariamente cómico. Su muerte me duele hoy, a un año, por dos razones.

Mis primos. Cinco huérfanos de padre a partir de entonces. Estudiantes, la mayoría. Y sobre todo por Alex, que es como mi hermano, mi amigo y mi hijo. Durante el funeral lo sostuve en mis brazos durante una crisis nerviosa que sólo se alivió con inyecciones, y de la que despertó con las palabras más sensatas que he escuchado en mi vida.

A veces me alegra ver su Fotolog. Se ha convertido en un post-adolescente guapo, de peinado emo, que escribe con mayúsculas y minúsculas y publica fotos de él frente al espejo. Sé que ha hecho todo lo posible por reunir su vida de nuevo, pero la duda me inquieta. Su desventura a veces me duele más que la propia.

Y mi papá. En un año envejeció. Hace poco nos reunimos para comer, y mientras lo veía estudiar la carta, me fijé que ahora tiene canas donde antes no había. Le empiezan a salir pecas en las manos. Habla con una nostalgia anticipada y se vuelve taciturno con facilidad. Las tres veces que lo he visto llorar fueron después de la muerte de mi tío, y las tres quise morirme, por ninguna razón.

Ya pasó un año. El 3 de febrero ocurrió lo que nunca nos imaginamos. Durante todo este lapso, no dejo de pensar en qué haría yo si me encontrara en una situación similar. En todo lo que abandonaría en el instante y sin dudarlo. En cómo mi mayor temor, el único que me ha perseguido desde la conciencia más temprana, podría materializarse en cualquier momento.

Un post triste, el más triste del blog. Hace un año no tuve las agallas para escribir nada al respecto, sólo estaba iracunda y triste, los dedos me temblaban y sentía un odio profundo hacia el mundo. Al asesino, que confesó. A mi tío, por estar ahí - "Es domingo de Súper Tazón, no abras", le dijo mi tía antes de salir. Al estúpido destino. A la imagen de mi prima Lilian, esa imagen casi novelesca que no dejo de recrear, cómo lo sostuvo durante su agonía y cómo lo único que consuela a mi papá es creer que, al menos durante esos segundos cercanos a su muerte, mi tío Genaro se sintió protegido por su propia hija.

En memoria de mi tío, cuya imagen en otro lugar no me consuela -puesto que, sencillamente, no puedo creerla. No creo que esté "en un lugar mejor". Pero al menos no aquí, no en un lugar, un país, donde esta clase de cosas suceden.

Y a mi papá, porque nunca como entonces sentí la necesidad de recuperar algo que se me perdió en algún momento de mi adolescencia. Me ha costado trabajo. Hace mucho que no charlaba con él. La última vez, durante dos horas, me explicó detalladamente en qué consiste el nuevo proyecto en el que trabaja. No entendí nada de los términos ni de los procedimientos, pero me sentí feliz de compartir ese momento.

Espero que momentos así se repitan por largos años.