20 de enero de 2009

La loca del microbús


Ayer en la tarde, después de una junta de El Chamuco particularmente amena y alta en carbohidratos, me subí a un microbús en División del Norte. En el trayecto pensaba distraerme con un método muy apreciado en las montañas del Himalaya, que consiste en mirar un punto en el vacío e imaginar que somos borlas de algodón flotando en la nada.

Y entonces la vi. Estaba sentada detrás del chofer. Tenía unos zapatos excesivamente picudos, como de bruja, y la cara empastada con maquillaje ocho tonos abajo del de su piel. Se levantó de su lugar con una molestia evidente, y me fijé que tenía la boca toda pintarrajeada de morado.

Se sentó casi al lado de mí. Yo seguía imaginándome que era un pedazo de algodón al que no le importaba nada y era muy feliz en su ordinariez. Después escuché una conversación bien extraña, como de reclamos, pero nadie en el pesero estaba hablando por celular.

Era la loca. Estaba hablando sola. Concentradísima, como si tuviera un interlocutor perfectamente real, que la escuchaba con atención. Llegué a pensar que, en su mente, lo tenía: un tipo medio escuálido que decía que sí a todo y estaba de acuerdo en todo.

La loca estaba escupiendo quejas como buzón del IMSS: de los pasajeros, de la inseguridad en las calles, de que no quería ir "abajo" porque podrían "llevársela", de lo que comentaban los demás. Incluso parodiaba y remedaba las conversaciones de los presentes.

"Es que la culpa es de la ignorancia, sobre todo de las mujeres, como ésta que se acaba de subir. Yo no sé a dónde va a parar esto, con gente de este tipo. Y no me quiero bajar porque me van a matar y tú, sí, tú lo sabes muy bien".

(esta frase es 100% real: la escribí con cuasi-taquigrafía en mi cuadernito mientras la escuchaba).

La verdad, yo me fui riendo todo el trayecto. Al principio, cuando la vi por primera vez, arqueé las cejas con incredulidad y asombro. Todo mundo la miraba de soslayo y cuchicheaba, pero qué le importaba a ella si su oratoria era sagaz y plagada de palabras rimbombantes. Yo no quería que se bajara, era muy feliz escuchando de primera mano los dislates de un esquizofrénico.

Después una modelo se subió y todos se pusieron a mirarla, sobre todo porque le sobresalía una tanga roja. En una parada, cuando ambas iban a bajarse, la modelo le preguntó a la loca si esa calle era Concepción Béistegui. La loca dijo que "no sabría decirle". Y la modelo le contestó: "sí, ya me di cuenta".

Fue apoteósico.

Cuando trabajaba en el café Dos Minutos, en Querétaro, había un loco que recorría la avenida de principio a fin mientras gritaba sandeces anarquistas. Diario pasaba frente al café como ocho veces. A Nidia, mi colega y a partir de ahí GRAN amiga, y a mí nos hacía mucha gracia verlo efectuar el mismo recorrido una y otra vez, absolutamente ajeno a la lógica del tiempo y el espacio. Cada que pasaba le gritábamos "¡Quihobo, loco!", lo que eventualmente condujo a que ella y yo nos llamáramos loco a discreción.

(a la fecha la gente nos pregunta por qué nos decimos "loco" y no "mija", "mana", "amigui", "bestia" u otro epíteto más femenino y amistoso. Es difícil explicarles que todo se lo debemos al loquito desatado de las calles de Querétaro, donde abundan locos que andan por la ciudad como fantasmas desorientados... a falta de un bonito instituto que los albergue).



14 comentarios:

Hernández dijo...

Yo tengo una duda…
¿Ese pesero pasa cerca de Adolfo Prieto y Concepción Béistegui?

Lilián dijo...

No, pasa en la esquina de tu casa así que ¡AGUAS!

Cuervo del D.F. dijo...

ja!... me pasó algo similar hace tiempo en el metro. Solo que esa loca, después de hablar sola, me empezó a acusar con la demás gente de que la había manoseado, siendo que yo estaba a contra esquina de donde ella estaba. Fue muy incómodo, a pesar de que la gente sabía que no era cierto. jajaja!

Octopus Queque dijo...

Chin, yo jamas me he topado con locos. A lo máximo me he encontrado al dude que recita a Camus en el metro (EN SERIO, es todo un master en eso) y al dude que se tira sobre los cristales. Debo viajar más en pesero, pero es que luego me choca. El metrobús no tiene nada divertido, más que cuando las señoras se quejan, que la verdad las señoras son bien divertidas*. Por otra parte, debo decir que la risa sería efecto del "es gracioso porque no me pasa a mi" jajajajaja.

*Es que ay, las señoras. Hasta tienen su propia sección de chistes! jajaja ("chistes de señoras").

Saludos amiguiiiiiii.

Rafael Merino Isunza dijo...

Otra vez, son señales...

Uvé dijo...

Los alienados tiene un dejo mágico de abstracción. Además de una enseñanza mística que va más allá de nuestra comprensión, si no, recuerda en el tarot la carta con el nombre el loco.

saludos

Anónimo dijo...

Me gusta la palabra "dislate".

Coincido en que en el fondo todos somos discapacitados, sólo que encontramos otros con los cuales compartir nuestra discapacidad.

«danito» dijo...

Y que tal si fue algo asi como el fantasma del microbus del futuro y te estabas viendo a ti...


ok no.

=D

Defeña Salerosa dijo...

Uy, creo que he visto a esa señora, la recuerdo idéntica a la descripción. Me parece que hace un par de años por Polanco...

Chilangelina dijo...

Este post esta bien bueno, "mana".
(prestame acentos de tu computadora de habla hispana).

Miss B. dijo...

Qué genial es encontrarse ese tipo de personajes, podrías entrevistarla

Pelo dijo...

Tu redacción es admirable.

Y yo sí le pedía un autógrafo a esa loca, qué digo un autógrafo, ¡le hago un hijo!

Luis Alvaz dijo...

No era una loca, era una piantada, segurito que sí...

sólo faltaba que recitara: las tardecitas de Buenos Aires tiene ése ¿qué sé yo?...

Pequeña Capitali$ta dijo...

jajajajajajajjajajajajajajajajajjajajajajajjajajajajajjajajjajajajajjajjajajajajjajajajajajaja Me encantó como lo contaste, voy a buscar a la loca, al fin trabajo en la del valle... espera podría ser una de mi trabajo